Operativo Independencia: las hijas de la memoria

24/04/2017 - Cosecha Roja

Foto: Lena Nicolay – La Palta

Por Gabriela Cruz - La Palta

Terrorífica. Horrible. Desquiciante. Palabras sueltas que intentaban describir una de las experiencias más traumáticas de Adriana Gladys Bulacio. A sus 12 años, Adriana conoció lo que era un centro clandestino de detención. “Estaba con mamá pasada la medianoche por acostarnos cuando de repente se abrieron las puertas y ventanas y entraron muchísimas personas con armas. Y nos llevaron”, describió la mujer en la sala de audiencias ante el Tribunal Oral Federal de la provincia de Tucumán. “Nos llevaron con mi mamá y mi hermano más chico”, agregó. Nueve años tenía Marcos Gabino, el menor de los hijos de Felina Amalia Zárate. Felina, Adriana y Marcos fueron llevados a la ex Escuela Diego de Rojas en la ciudad de Famaillá. El relato de Adriana versó sobre los tres meses que estuvo allí secuestrada. “Malísimo. Pésimo. Abusadores”, y otra vez tres palabras sueltas intentando describir aquello que vivió en enero de 1975. “Han querido abusar de mí”.

Ahí, en el centro clandestino de detención donde las celdas eran aulas, donde las aulas habían perdido su razón de ser, Adriana y Marquitos fueron separados de su mamá. “Estábamos en una habitación contigua y yo la escuchaba a mi mamá que gritaba muchísimo”, dijo la testigo en la audiencia número 58 de la megacausa Operativo Independencia. Durante esos tres meses que los niños permanecieron en la escuela donde se interrogaba bajo tortura sabían, al menos, que Felina estaba con vida. En abril las cosas cambiaron. Una tía abuela fue informada que debía retirarlos. El derrotero que los niños empezaron en pos de un lugar seguro los terminó llevando a Buenos Aires, donde una hermana mayor se había instalado desde antes del secuestro. Durante seis años no supo nada de su mamá. “Pensábamos que ya no estaba más”, dijo con el dolor atravesado en la garganta. La niña tuvo que empezar a trabajar a los 14 años. Su trabajo terminó siendo la llave para encontrar a su mamá nuevamente. “Era en Adrogué, en la casa de una abogada”, contó la mujer que hoy tiene 54 años.

Esa abogada resultó ser Marta Pascual, actual jueza penal juvenil de Lomas de Zamora. Esa abogada, cuando supo lo que había ocurrido con la madre de Adriana, inició las investigaciones y las ayudó a reencontrarse. A Felina la encontraron en el penal de Villa Devoto donde estuvo detenida hasta 1979. Finalmente, el 30 de noviembre de ese año, Felina Amalia Zárate fue sobreseída de la causa que le habían iniciado y recuperó su libertad. Actualmente Felina vive junto a Adriana en la ciudad de Buenos Aires. Su deteriorado estado de salud le impidió estar presente en la sala de audiencias y brindar su testimonio. Su hija, la niña de 12 años, 42 años después, recorrió más de 1200 kilómetros para hablar por su madre y exigir justicia.

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“Yo vivo con la esperanza de que mi madre va a aparecer”, dijo Cristina Noemí Córdoba. Cristina vivía en la casa de su abuela en Villa Carmela, en la comuna rural de Cebil Redondo, departamento de Yerba Buena. En la vereda del frente vivía su madre, Nora Lilia Abdala, junto a José Alejandro Vivanco. “Yo estaba durmiendo”, indicó Cristina cuando la fiscalía le pidió que relatara lo ocurrido la madrugada del 8 de julio de 1975. El importante despliegue militar la sacó de la cama y la curiosidad de una niña de entre 12 y 13 años la hizo pispear por la ventana de su habitación. “Vi que la subían a mi madre que estaba de 8 meses. Golpeándola, pateándola, yo quería salir a defenderla”.

Cuando menos se dio cuenta, ya había hombres uniformados dentro de su casa. Uno tenía encañonada a su abuela. Otro la apuntó con el arma a ella. “A mí, ni vos ni nadie me va a impedir salvar a mi mamá”, le dijo al muchacho que le sostenía el arma de frente. “Era un chico de 17 o 18 años, no era de mucho más”, recordó Cristina. “Pero mi abuela se descompuso. Por eso no salí”, agregó. “A vos te voy a llevar como a la turca esa”, le dijo el uniformado. ‘La turca esa’ es la frase que la retuerce por dentro a la mujer que se niega a olvidar a su madre. Nora Lilia Abdala permanece desaparecida. “Se llamaba Nora Lilia Abdala. Nora Lilia Abdala”, repitió Cristina que al finalizar su testimonió les pidió a los imputados que le dijeran dónde está el cuerpo de su madre.

“Por el relato de otras personas supe cómo la sacaron a mi mamá. Porque yo vi cómo la subieron al vehículo, pero no vi cómo la sacaron”. Cristina habló después con un vecino. Así supo que José Vivanco, de alguna manera, sabía que lo iban a ir a buscar. Que escondió en un bananal del fondo a Nora y le pidió que no saliera de allí. Que Nora, al ver cómo lo estaban golpeando, salió a rogar por quien fuera su pareja y padre del hijo que esperaba. “Ella estaba embarazada. Ni respeto a eso han tenido”, dijo Cristina y agregó: “Yo sé que tengo un hermano. Algún día lo encontraré”.

“Tengo derecho a saber dónde está mi mamá”, dijo Cristina en la sala de audiencias. Allí, frente a los jueces, fiscales y abogados defensores les pidió a los imputados que le dijeran dónde la enterraron. “Yo la voy a desenterrar, que me digan dónde está el cuerpo de mi madre, nada más”, insistió. “Yo pido en este momento que me entreguen aunque sea un hueso para saber que el día de la madre yo tengo a dónde ir a poner una flor”, y el silencio que la rodeaba se hizo más evidente. “Con mis 55 años, a mí me sigue haciendo falta mi madre”.

Entre 30 y 40 testigos son los que faltan declarar en las audiencias restantes. Otros testimonios serán incorporados por lectura. Luego le seguirá la presentación de las pruebas documentales y los alegatos de las partes. El megajuicio que empezó en mayo del año pasado se va acercando al final. Adriana y Cristina fueron dos testigos de todos los que se presentaron el jueves 20 de abril. Los testimonios que en esta nota no se reproducen, completan las historias que se fueron conociendo a lo largo de este año de debate oral y público. Las dos historias que aquí se detallan son parte de ese universo procesal compuesto por 271 casos que son mucho más que un número de expediente. Son historias de vidas que buscan, además de justicia, encontrar la verdad y rescatar del olvido los nombres propios de quienes quisieron hacer desaparecer.

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