Rusia: de Lenin a Putin

Jean Radvanyi y Dominique Vidal (coordinadores) Le Monde Diplomatique Ed. Capital Intelectual, 233 Págs.

Rusia: de Lenin a Putin

A lo largo de casi 30 años, la edición francesa del Le Monde Diplomatique abrió sus páginas a la reflexión de uno de los acontecimientos centrales de la historia del siglo XX, aquel que nace con la toma del Palacio de Invierno, emblema del régimen zarista, y concluye, de manera casi desesperada, en los noventa, con el ruido de los escombros provocado por la caída del Muro de Berlín.

Ahora, con un pie en el nuevo milenio, la misma editorial ofrece una recopilación de veintiún ensayos aparecidos entre los años 1967 y 2008, en un volumen cuya lectura permite pulsar no solo el estado de situación presente de aquello que fue el polo opuesto al proyecto capitalista, sino entender, de qué modo ese proceso revolucionario que trascendió las fronteras europeas y asiáticas fue visto, pensado y analizado por historiadores, economistas, filósofos, sociólogos y politólogos. Un proceso cuyos efectos repercutieron bajo la forma de un poderoso eco en todos y cada uno de los rincones del mundo produciendo respuestas inmediatas de un Occidente atento a cada uno de los movimientos del Kremlin, ya se tratara de su política económica como de su carrera en pos de la conquista del espacio.

Un preciso prólogo de Rodolfo Mattarollo abre la edición, ubicando desde el inicio de las páginas el dilema que supone pensar la Revolución soviética por fuera de los maniqueísmos y las visiones polarizadas que pretenden ya sea hacer tábula rasa con siete décadas de historia reduciéndola a la expresión única del Gulag como epifenómeno del sistema, o aquellas otras que no admiten lecturas críticas, más cercanas estas últimas a los militantes nostálgicos de la ortodoxia partidaria.

La pregunta que Mattarollo formula en la introducción es perturbadora, pero es, en definitiva, la que ha estructurado buena parte de los debates y discusiones en torno al sistema comunista. “¿Había otra vía que el estalinismo para encarar los grandes desafíos de la construcción del socialismo en ese país inmenso y atrasado, enfrentado a la coalición internacional que trataba de “ahogar en la cuna” a la insólita criatura que había parido la Revolución de Octubre y ganar la guerra civil que asoló ese vasto territorio entre 1918 y 1922?”. La pregunta de Mattarollo es incómoda porque responderla en un todo, aseverando que no había otra vía, supondría avalar el sistema policial y de campos de concentración, las purgas, la censura, el exilio, subproductos oscuros de esa experiencia. Sin embargo, ese mismo interrogante encuentra respuestas en ese sentido en buena parte de los ensayistas quienes, sin dejar de reconocer el costado oscuro del sistema, logran explicar las razones que impulsaron la implementación de políticas de supervivencia, fundamentalmente en el corazón de los años de la Guerra Fría.

El preciso texto de Gilles Perrault, por ejemplo, es esclarecedor a este respecto, en primer lugar porque se ocupa de desmontar la homologación entre comunismo y nazismo, pero aún más, por el modo en el que se abre: recordándole al lector que el sistema político y económico que se enfrentaba al modelo soviético, encarnado en los principios igualitarios de la Revolución francesa, no escatimó recursos en el uso de la criminalidad para imponer su doxa, desde la masacre de Setif a Indochina, pasando por Vietnam, Túnez y Marruecos “ esta siniestra contabilidad muestra que si comparamos la cantidad de sus víctimas con la cantidad – mediocre- de su población, Francia encabeza el pelotón de los principales países sanguinarios de la segunda mitad del siglo XX”, señala Perrault.

El ensayo de Perrault se publica en contrapunto con el de Pierre Lepape quien centra su mirada sobre Variam Shalamov, escritor confinado a veinte años de vida miserable en el Gulag, cuya suerte es homóloga a la que corrieron millones de disidentes, entre otros, Osip Maldestan o Alexander Soljenitzin autor de Archipiélago Gulag, escritores que dejaron valiosos testimonios comparables a los escritos por David Rousset, Robert Antelme y Primo Levi para el caso del nacionalsocialismo.

En el corazón de estos ensayos están los brutales años dominados por la figura de Stalin (un antes y un después en la historia soviética), y también la Guerra Fría con sus consecuencias más extremas, como es, entre otros, la crisis de los misiles que tuvo por epicentro a Cuba y que llevó al mundo al borde de una guerra nuclear, solo evitada por una milagrosa diplomacia que impidió otros desenlaces tan o más funestos en los cuarenta años posteriores de bipolaridad ideológica entre el Este y el Oeste.

La antología crítica de Le Monde Diplomatique permite entender la compleja arquitectura que supuso para los diferentes buró soviéticos la tarea de gobernar, a lo largo de siete décadas, un territorio por demás de extenso, poblado de etnias y religiosidades diversas, al tiempo que sumar a regiones atadas a estructuras casi medievales al proyecto de construcción del sistema comunista. En el origen de esa diversidad está, como lo pone de manifiesto más de un artículo, la exigencia de soberanía de amplias repúblicas luego de la caída del sistema unificado y el vergonzoso y brutal desangradero que está teniendo lugar en este preciso momento en la región chechena, un conflicto que se libra hoy entre clanes tradicionales y ex funcionarios comunistas y que ancla sus raíces en el lejano siglo XVIII, en la revuelta del imán Shamil, que concluyó con la deportación de cientos de miles de chechenos hacia el Imperio Otomano.

El volumen recorre los años de la Perestroika, la llegada de Boris Yeltsin al poder y el surgimiento de Vladimir Putin como rector de los destinos de la Confederación Rusa y restaurador, en medio del desánimo generalizado, del espíritu de país potencia. Son los años del desplome abrupto del sistema, y junto con él, los de la aparición de una poderosa clase oligárquica conformada en su gran mayoría por astutos ex funcionarios comunistas que lograron acomodarse, hacia inicios de los años noventa, a los nuevos vientos de la historia y que en muchos casos sostiene sus posiciones de privilegio sobre la base de una alianza con el crimen organizado. El ensayo de Jean-Marie Chauvin encuentra en las ventanas del Kremlin a los autores del guiño que hizo posibles las muertes de figuras relevantes como las de la periodista Politkovskaia, de los funcionarios Kozlov y Plokin o del sospechoso atentado en Bruselas a Egor Gaidar, “padre de las reformas rusas”.

En el atolladero que supone gobernar un país con una baja tasa demográfica, con una industria que demora en cubrir los baches tecnológicos, atomizado en clanes y facciones, acosado por los intereses de las poderosas elites que disputan el control del poder económico anclado a los años del imperio soviético, la Rusia del Tercer milenio emerge en estas páginas más bajo la forma de un interrogante que de aquella ilusoria certeza que en los albores de la Perestroika parecía dominar el espíritu ruso.

Lejanas y casi legendarias, las imágenes de una San Petersburgo tomada por los obreros, refulgen como un sueño trunco a medida que avanzan las páginas de esta antología. Un sueño que lejos de poder ser calificado de manera simplista como germen de una pesadilla encuentra matices o zonas grises, también zonas luminosas como son, entre otras, su indiscutible rol en la derrota del nazismo. Estos ensayos las ponen allí, generosa e inteligentemente sobre la superficie de las páginas, para que cada lector extraiga sus propias conclusiones.

 

 

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