Biblioteca Raúl Frutos

La Biblioteca del Museo de la Memoria se plantea como un espacio de consulta y reflexión, que contribuye con la investigación y garantiza el derecho de acceso a la información.

Su colección especializada en historia reciente, derechos humanos y memoria reúne libros, folletos, trabajos de investigación, material audiovisual y publicaciones periódicas que abordan la temática desde distintas disciplinas, como la sociología, la política, el derecho, la pedagogía, el arte, la literatura y la historia, no solo en el país sino también en el resto del mundo.

Cuenta con una importante colección de publicaciones editadas entre la década del 60 y la actualidad. Se destacan el Diario del Juicio a las Juntas (1985-1986), el diario La Tribuna (1979-1982), la revista Panorama (1960-1971) y la Biblioteca Prohistoria, que reúne más de veinte títulos sobre la temática.

Además, se pueden consultar documentos elaborados por instituciones nacionales y extranjeras, tales como el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (Conadep), el Archivo Nacional de la Memoria, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, el Instituto Interamericano de Derechos Humanos con sede en Costa Rica, Amnistía Internacional y la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura de Chile.

Material audiovisual documental y de ficción referido exclusivamente al abordaje de temáticas afines a los derechos humanos y el terrorismo de Estado completa esta colección

 

 

Horario de atención
Jueves de 9:30 a 14 h 

Contacto
(0341) 4802060 - Int. 203

 

 

¿Por qué Raúl Frutos?

La Biblioteca del Museo lleva el nombre del militante social y bibliotecario rosarino Raúl Frutos. Activo militante de las causas sociales, profesor de la carrera de Bibliotecología y uno de los principales referentes y símbolo de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil. En el acto de imposición del nombre, Roberto Frutos, hijo de Raúl, donó a la Biblioteca un ejemplar de la primera edición de El Fusilamiento de Penina que sobrevivió a la intervención realizada por la última dictadura cívico-militar a la Biblioteca Constancio C. Vigil. Destruida la edición de más de 5.000 ejemplares por la acción de la patota de Feced, el libro de Aldo Oliva permaneció “desaparecido” casi 30 años, hasta que en el 2003 fue encontrado este ejemplar preservado por Cacho Rodríguez, quien fuera miembro de la comisión directiva la Biblioteca en la época de la usurpación militar. Este ejemplar de la primera edición del libro El fusilamiento de Penina, sobrevivió a las quemas de libros y fue guardado hasta hoy, sin las tapas ni información editorial, por lo que posee un valor histórico y documental único. Penina es el ejemplo de lo que había que ocultar, tanto como el libro de Aldo Oliva es el anuncio de lo que vendría.El lugar que ocupaba la cultura en la "reorganización" del país que buscaba la dictadura cívico-militar (1976 - 1983) era central. Además del terror que provocó la masacre represiva, con su correlato de autocensura, se actuó de modo particular en cada uno de los sectores del campo cultural. De esta forma, la censura sobre los libros fue masiva. Las listas de libros prohibidos se complementaron con acciones concretas: intervenciones en las editoriales para evitar las publicaciones y la quema de los libros ya editados. El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano. Dijo que lo hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina".

 

“Siempre pensamos que este ejemplar debía ser cobijado bajo el techo del Museo de la Memoria de Rosario. Qué mejor lugar que éste, donde se preserva la memoria colectiva y la lucha de quienes no se resignaron al olvido. Por ello, en oportunidad que las autoridades del Museo distinguieron la memoria de mi padre, Raúl Frutos, poniéndole su nombre a la biblioteca del Museo, me pareció el momento indicado para donar el libro. Que ese ejemplar tenga su lugar en donde durante los años oscuros de la dictadura se tomaban las más atroces decisiones es un guiño de la historia. Y una muestra de cómo sólo quienes persisten en sus ideales y en su lucha por mantenerlos tienen posibilidad de realizarlos. Así, aquella búsqueda, tantas veces infructuosa, tiene un final muy distinto al que los desaparecedores de libros y personas pretendieron darle”.

(Nota de Roberto Frutos que acompaña al ejemplar de El Fusilamiento de Penina).