La paloma engomada. Relatos de prisión Argentina 1975-1979

Félix Kaufman y Carlos Schmerkin. Buenos Aires, Cooperativa El Farol, 2005. 173 p.

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Todo drama humano, hasta que no es saldado, reaparecerá cíclicamente sin remedio.

La escalofriante destrucción del tejido social que produjo la dictadura militar argentina y que comenzara ya durante el lopezreguismo fue una aplanadora sin precedentes.

Reconstruir una sociedad tan lastimada requiere memorias tozudas, como la de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, además de una determinación de parte de todos nosotros por crear juntos otras reglas de juego. Otros modos de hacer política y un cuestionamiento de cada uno de nosotros desde el lugar que ocupamos: trabajadores y campesinos junto a científicos, maestros, ONG, gobernantes, artistas, intelectuales. Es un desafío difícil pero posible si ponemos coraje y esperanza.

Una inmensa mayoría de argentinos hemos devorado centenares de testimonios sobre el período 1974-1983 que asoló nuestra sociedad.

Nos introdujimos en los de alto vuelo literario y aquellos sin pretensiones estéticas. Unos y otros emocionan por su genuina palpitación humana, su fuerza o el candor de sus personajes.

Frente a un tiempo de la humanidad sumergido en la deriva individualista, estos testimonios traducen una sensibilidad cada vez más necesaria.

Carlos y Félix van desgranando personajes y situaciones con sencillez. No solo las más terribes de la tortura en ese infierno de las cárceles o chupaderos que luego de la muerte de Perón desencadenaron con feroz impunidad una represión inédita que sufrimos decenas de miles de conosureños.

Como si estuvieran en una rueda de amigos o familiares, mirándose a los ojos con un mate cómplice de reencuentro, Félix y Carlos relatan con un lenguaje horizontal.

Es sana esa poderosa pulsión para comunicar hasta qué punto el ser humano en situaciones límite puede reinventar la vida. Desfilan así las requisas comandadas por matones que se sentían omnipotentes, la adrenalina de los cautivos, las astucias para sobrevivir en ese estado de alerta al que sometían a los presos...

El humor posible, el lenguaje de las manos.

El cuidarse mutuamente encontrando las palabras para aliviar el sufrimiento de un camadara, el descrubrir reflejos vitales que uno desconoce en sí mismo, el redescubrir la libertad intelectual, el recordar errores en los análisis de coyuntura pasados, con sus rectificaciones, las “peñas”, la relación con la familia pese a censuras absurdas y humillaciones.

… Y, como parte del libro, atraviesa una historia de amor que no fue, pero que permitió a una adolescente candorosa proveniente de una familia judía, recorrer el camino de la solidaridad.

 

Miguel Ángel Estrella

Buenos Aires, 17 de octubre de 2004

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