01/12/2009 - 31/12/2009

Suave patria

El nombre del poema de Ramón López Velarde inspira esta jornada de homenaje a un país que, a lo largo del siglo XX, fue sinónimo de asilo y refugio para miles de argentinos. Exhibida en 2009.

Suave patria

Afiches, cine y literatura.
Fecha: diciembre 2009.

“Suave patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva…”. Así comienza el poema de Ramón López Velarde, texto en el que México es visualizado como un poderoso territorio de posibilidad. El nombre de ese poema inspira, en el marco de las conmemoraciones por el Bicentenario, esta jornada de homenaje a un país que a lo largo del siglo XX fue sinónimo de asilo y refugio para miles de argentinos.

Durante la jornada del 10 de diciembre se realizaron, entre otras actividades, a las 10 hs una mesa redonda con destacadas figuras internacionales relacionadas con el exilio argentino en México y el acto de apertura de “Suave Patria”, una muestra de afiches, cine y literatura.

La ciudad de México recibió, hacia finales del siglo XIX, a los libaneses que huían de la violencia étnica y religiosa del Imperio Otomano. Eran católicos, con una fuerte presencia de la familia ampliada y una cultura milenaria y compleja; tres rasgos que compartían con los mexicanos. A lo largo de lo que quedaba de la máquina de vapor, la ciudad asiló a personajes en su fuga de dictaduras y de persecuciones por lo que pensaban o creían. José Martí, sin duda, fue el más connotado, por lo que de continental, hispano americanista y sobre todo lúcido tuvo su escritura.

Pero son dos los momentos del siglo XX cuando la Ciudad de México absorbió el flujo de miles de personas: unas huían del fascismo en Europa que arrasó con la República Española, en lo que se considera el primer golpe militar internacional, y que siguió con la anexión de Australia a Alemania y las sucesivas invasiones a Polonia, Francia, los países del Este y Rusia. Por el momento político de México – la presidencia de Lázaro Cárdenas- el antifascismo se convirtió en parte de la cultura compartida y sus campañas contra el racismo se financiaron con una visión integral de una de las reformas más radicales de la vida mexicana: el cardenismo.

Muchos de los que huían de Europa no tenían como objetivo llegar a la Ciudad de México, sino a Nueva York, pero Estados Unidos abrió y cerró sus puertas muy pronto. Llegaron a un país que se unificaba en torno a un Frente Popular al estilo mexicano: un partido único. Llegaron a un país que desbordaba entusiasmo por la colectivización de la tierra y la sindicalización de los trabajadores. Llegaron, a una ciudad con huelgas de telefonistas y tranviarios que discutían el futuro del socialismo mexicano. Llegaron, a un país que enfrentó un boicot internacional por hacer de propiedad nacional su propio petróleo. Llegaron en fin, a ese peculiar toque que tuvo la lucha antifascista en el mundo, a un país de diecinueve millones de habitantes que discutían si el cardenismo era un socialismo o sólo una forma radical de la Revolución Mexicana ante la desatención de todas las potencias mundiales pendientes sólo de Hitler, Mussolini y el Japón de Hirohito.

El otro momento de recepción de flujos de exiliados fue el de los golpes militares de Sudamérica en los años setenta del siglo pasado: Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Guatemala. Estos golpes no sólo pusieron a millones de personas en una no-opción: salir del país o morir, sino que destruyeron los sistemas democráticos que, por ejemplo, en el caso chileno, eran tan antiguos como su independencia de la Corona Española en 1810. Sirvieron también para el experimento económico que, con ayuda de la represión total y de la vigilancia, hicieron casi imposible cualquier protesta. El caso guatemalteco es especialmente grave: trescientos mil desaparecidos políticos, comunidades indígenas masacradas en su totalidad, una embajada – la española- incendiada con refugiados adentro. La opción de huir o morir en América Latina encontró un espacio de supervivencia en la Ciudad de México

Dos siglos de inmigraciones por motivos políticos acreditan a la ciudad de México como un lugar solidario y de asilo. El exilio no ha cesado en América Latina y el mundo. Aún hoy miles de personas siguen traspasando fronteras en busca de seguridad para sus vidas amenazadas ya sea por el hambre, la persecución política o la falta de oportunidades para el desarrollo de una vida digna.

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