Un proceso contra el horror mismo

Los fiscales Mirna Goransky y Pablo Ouviña señalaron que el objetivo de la ESMA era “terminar con toda forma de oposición política y diseminar el terror”. El miércoles se descompuso el represor Ernesto Weber y ayer Pablo García Velazco.

A los represores de la ESMA no les sentó bien el alegato fiscal. Dos de ellos se descompusieron. Imagen: Bernardino Avila.

Diario Página|12 - 17/06/2011

Por Alejandra Dandan

¿Por qué la Escuela Mecánica de la Armada?, se preguntó la fiscal Mirna Goransky. ¿Por qué un centro clandestino en una escuela destinada a formar moral y educativamente a cadetes y aspirantes? Esa lógica esquizofrénica que parece haber estructurado al centro clandestino de la Armada –tal vez como no sucedió con otro– empezó a ser desarmada durante los alegatos del ministerio público fiscal. La fiscal Goransky y Pablo Ouviña advirtieron que “no se trata de un juicio como cualquiera porque éste es un juicio al horror”. Dijeron que a lo mejor nadie explicó de mejor manera la locura –atada a la contradicción– como lo hizo alguna vez el propio jefe de la Armada, Emilio Massera, cuando dijo que no iban a tolerar que la muerte ande suelta por la Argentina, “porque entonces –recordó la fiscal– ya habían decidido que la muerte iba a estar en la ESMA”.

Goransky y Ouviña comenzaron el miércoles y continuaron ayer con el alegato en el juicio a un “pequeño grupo” de 19 represores de la ESMA. El concepto de banalidad del mal, de Hannah Arendt, les permitió tomar como eje el mal desde la locura para rearmar la arquitectura del mayor centro de exterminio del país.

El miércoles, Jorge “El Tigre” Acosta, el dios de ese infierno, que estaba sentado a unos metros, anotó todo el tiempo cosas en un block. Juan Carlos Rolón no dejó de mirarla con su cabeza revoleante, igual a Néstor Savio. Ernesto Weber, apodado 220, se descompuso dos veces, la primera con un principio de desmayo por problemas de presión. El presidente del Tribunal Oral Federal 5, Daniel Obligado, ordenó un cuarto intermedio en ambos casos; el primero breve, el otro hasta ayer. Cuando se reanudaron los alegatos, quien se descompuso fue el acusado Pablo García Velazco. Los alegatos continuarán hoy, a menos que los malestares se conviertan en una epidemia entre los represores.

Cualquier síntesis del alegato es imposible. Las pruebas de cientos de testimonios y documentos del juicio se encadenaron como fundamentos jurídicos, pero a la vez como un relato de sentido de un mal que en ocasiones aún no puede pensarse.

Al inicio, Goransky aclaró poco. “No son criminales comunes, todos estos hombres secuestraron, sometieron a sus víctimas a condiciones de vida indignas, esclavizaron, abusaron sexualmente y asesinaron a miles de víctimas indefensas.” Dijo que estos juicios no se hacen gracias a jueces y fiscales, sino a las víctimas y familiares que se ocuparon de “no deshumanizar a los victimarios: pidieron juicios y castigos y no ejecuciones”.

El lugar

¿Qué pasó en la ESMA?, preguntó la fiscalía. Y habló de la Escuela. “El centro clandestino estuvo alojado en el edificio de una escuela de la Armada, a menos de treinta metros de distancia de las aulas en las que se formaban intelectualmente a los aspirantes.” Pero donde había cientos de decenas de personas encapuchadas, inmóviles, aguardando con grilletes y esposas, la muerte. Una muerte antes de la muerte, explicó: la vida entre la muerte, donde convivió el horror, la extrema crueldad e irracionalidad más radical.

Alguno de los sobrevivientes sabían que el alegato iba a mostrar la ESMA desde el punto de vista de las víctimas. Y fue así: con proyecciones en la pared, la sala fue entrando piso a piso para mostrar las contradicciones del infierno.

“Volvamos a Capucha”, dijo la fiscal. “El lugar desde el cual, entre expresiones de dolor, algunos se preparan para salir en libertad, otros para salir a bailar, otros a trabajar, otros regresan del trabajo; donde están las embarazadas que esperan y la mayoría, tirados en la oscuridad, doloridos y esperando la muerte.”

“Entremos al Casino de Oficiales”, dijo después. Y explicó cómo la marina organizó el edificio para “cumplir el objetivo institucional de exterminio”. Cómo acondicionó para cobijar el vandalismo, la falsificación, el uso de habilidades de los prisioneros para provecho del grupo de tareas. Tabiques que se arman y se desarman, dijo: y un pasillo central, “la Avenida de la Felicidad”, donde los prisioneros se sentaban a esperar la tortura.

El eje de la violencia sexual entró en esos parámetros. La fiscalía pidió además que el Tribunal extraiga esos datos para juzgarlos como delitos autónomos. “Las condiciones siempre fueron peor para las mujeres –dijo Goransky–: para las mujeres, la violencia sexual y de género fue completamente estructural al plan sistemático. La desnudez, el maltrato, la falta de intimidad, las burlas en las duchas de los baños, los abusos y humillaciones aun de las embarazadas” fueron la “consagración de la deshumanización”. Mujeres que mientras tanto eran forzadas a mantener relaciones estables con oficiales, abusadas o violadas. Mencionó los casos. Y cómo “a las detenidas, las despertaban para ir a comer o bailar, para recuperar su lado femenino”.

Los sentidos

Y entre esos elementos, el lenguaje: la locura como estructura, dijo Goransky, tenía una particular forma de expresarse. “El lenguaje simboliza el nuevo mundo que se esconde: hay palabras que también desaparecen y en su reemplazo aparecen eufemismos que están llenos de sentidos”. La picana es “la máquina”, “dar máquina”. No se asesina, se “manda para arriba”, se “traslada”. No se secuestra, se “chupa”. El secuestrado es un “paquete”. El traslado hacia la muerte es un traslado a una “granja de recuperación”. La esclavitud, “un proceso de recuperación”. “Este era el mensaje de la tortura para ocultar la locura del mensaje”, dijo la mujer.

La idea del otro como dios en el infierno, fue otro eje. “El pez por la boca muere –dijo la fiscal– y los sobrevivientes pudieron primero conocer a sus verdugos por sus voces.” A la luz de una declaración de Martín Grass, recordó cómo los represores se autodefinían como dios.

¿Cuál era el objetivo de la ESMA?, se preguntó la fiscal. “La necesidad de terminar con toda forma de oposición política y diseminar el terror en la vida social.” Militantes populares, docentes, periodistas, abogados, familiares, vecinos, cualquiera de ellos. Y a diferencia de la Alemania nazi, no dictaron leyes públicas, negaron la existencia de los centros clandestinos, usaron normas secretas y confidenciales. La esquizofrenia volvía a verse así en este punto: era producto de una decisión institucional, pero secreta.

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