Ana María Caracoche, ex detenida desaparecida, declaró en el juicio sobre La Cacha

Diario Página12 - 08/05/2014

Ana María Caracoche se exilió en Brasil, donde aún vive con sus dos hijos argentinos y otros dos allí nacidos. Imagen: Bernardino Avila

Sobrevivir y buscar a dos hijos

Por Ailín Bullentini
Fue secuestrada en abril de 1977 y llevada al centro clandestino platense. Ante el tribunal, mencionó a una veintena de desaparecidos que vio durante su cautiverio. Sus dos hijos fueron apropiados y con ayuda de las Abuelas de Plaza de Mayo recuperaron su identidad.

“Todos le decía La Cacha por la casa de la Bruja Cachavacha, que tenía el poder de desaparecer a la gente”, respondió Ana María Caracoche ante la pregunta de la querella sobre si sabía el porqué del nombre de ese centro clandestino de detención platense, donde estuvo secuestrada, lo que fue la razón de su exilio y de su comparecencia ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata en la mañana de ayer. Brevemente, ayudada siempre por las consultas de los letrados, esta mujer que lleva en su acento la marca de casi cuatro décadas de exilio carioca –tiene poco más de 60 años– dio detalles de su secuestro y del de sus dos hijos –dos de los más de cien nietos restituidos– y mencionó a un represor apodado El Francés como uno de sus interrogadores.

Caracoche nació en Mercedes, donde creció, estudió y conoció la militancia y el trabajo barrial desde la estructura de la Juventud Peronista. Compartía una casa en Berisso con un matrimonio “compañero”, Roberto Americe y su esposa, cuando el 17 de abril de 1977 “fuerzas conjuntas” se la llevaron. “Escuchamos los golpes en la puerta y los gritos de ‘abran’. Cuando Roberto se fijó por la ventana quiénes eran, desde afuera lo arrancaron de la casa. ‘No se preocupe, señora, somos del Ejército’, me dijeron, y me llevaron”, relató la mujer ante los jueces Carlos Rozanski, Pablo Vega y Pablo Jantus. Su marido, Oscar Gatica, “también fue perseguido, también era militante” y, para entonces, estaba clandestino. El hombre, que integraba la organización Montoneros, meses antes había sido secuestrado en Bahía Blanca y había sido liberado.

A Ana María le pegaron en las piernas y en la cara, le ataron las manos y la subieron al mismo auto en el que se llevaron a Roberto Americe. “Me quebraron un brazo y me metieron dentro de un baúl”, relató y reconoció que además de ellos dos, en el trayecto también secuestraron a Alberto Diesler. Los tres fueron depositados en La Cacha.

Los chicos

Para cuando las fuerzas de seguridad argentinas iniciaron la época de cacería, Ana María y Oscar tenían dos hijos, Felipe y María Eugenia. “Mi hija de un año y medio había sido secuestrada con otra familia”, apuntó la mujer ayer. Un mes antes de su llegada a La Cacha, Ana María había dejado a su beba al cuidado de una familia vecina, los Abdala, mientras ella llevaba a su hijo menor, de cuatro meses, al doctor. Cuando regresó de la consulta, la nena ya no estaba.

Ella se aferró al bebé, a quien tuvo a su lado hasta que la secuestraron. Tras su liberación, retomó la búsqueda de ambos niños. Durante años, se contactó con una vecina de la casa que compartió algunos días con el matrimonio Americe: “Me juró que a Felipe lo habían pasado a buscar sus abuelos, lo cual sabíamos que no era cierto. Muchos años después, reveló que entregó al bebé a una religiosa, que ésta lo dio a una médica y ésta a otra persona”.

Desaparecida por un mes

–¿Qué te hicieron cuando llegaron a La Cacha? –la tuteó la querella. Algunos acusados prestaban atención, otros se distraían con el aire. El ex jefe de Inteligencia de la policía bonaerense, ya condenado a prisión perpetua por varios otros crímenes de lesa humanidad, Miguel Etchecolatz, revisaba papeles judiciales, los leía, los firmaba. Un enorme rosario y una cruz de bronce pendían de su cuello.

–Nos llevaron a un lugar parecido a un sótano, luego a la sala de torturas y después nos pusieron en otra dependencia –respondió Ana María.

–¿Y qué querían saber? –insistió la acusación.

–Querían saber mi apodo y dónde estaba Oscar.

A Ana maría la interrogaron con “choques eléctricos” que le aplicaron en “el brazo quebrado y en las piernas”. “Cuando me llevaron al baño, me descubrí en el espejo los ojos negros. No sé cuándo me pegaron en la cara”, detalló. A pesar del paso de los años, la sobreviviente nombró a una veintena de hombres y mujeres con quienes compartió secuestro en aquel centro clandestino. “Tengo una lista, ¿quiere que le lea?”, le consultó a Rozanski. Entonces leyó, prolija, la lista que apuntó en una hoja que desdobló para la ocasión: Alberto Monaghi, Félix Picardi, Cristina Marroco Susana Quinteros, Antonio Betini, Patricia Pérez Catan, Rodolfo y Ana Axat, Esteban Cuenca, mencionó entre otros.

A los “dos o tres días” de haber llegado a La Cacha, Ana María fue trasladada “a una comisaría de Banfield” (el centro clandestino Pozo de Banfield) junto a Marroco, quien estaba embarazada (perdió el bebé, luego). Allí permanecieron una semana y las regresaron a La Cacha. “Todo el tiempo teníamos que estar con capucha, aunque durante los días en los que estuvimos en el sótano, nos la sacábamos mientras no hubiera guardias, y charlábamos entre nosotros”, recordó. La torturaron algunas veces más. En una de esas, aseguró reconocer “la figura de El Francés, así lo llamaban los compañeros, que me interrogó. Vestido de social, no de militar, alto, con entradas en el cabello”, lo describió. Hace poco más de dos meses, un testigo aseguró que El Francés es Gustavo Adolfo Cacivio, quien ya purga una condena por violaciones a los derechos humanos.

La libertad

“Un día llegó un guardia y me dijo que me iban a sacar. Yo pensé: ‘Listo, me sacan y me matan’. Me metieron en un auto con un chico que se llamaba Gastón. Nos llevaron por unas calles de tierra. Primero lo bajaron a él. Luego a mí. ‘Caminá para adelante’, me dijeron, y eso hice”, recordó. Estaba cerca de Los Hornos, donde había vivido algún tiempo con Oscar y sus hijos, de donde se habían llevado a María Eugenia. Pidió ayuda a vecinos. Se contactó con su familia, con quienes vivió un tiempo. En 1980 se mudó a Brasil, donde tiempo después se reencontró con su compañero y aún viven, con sus dos hijos argentinos y otros dos allí nacidos. Allí, también, se contactó con varios sobrevivientes exiliados, muchos que habían pasado por La Cacha.

La búsqueda y el encuentro

“Eramos los únicos padre y madre vivos con dos hijos desaparecidos”, destacó Ana María. Desde Brasil, se contactaron con las Abuelas de Plaza de Mayo con quienes emprendieron la búsqueda de María Eugenia y Felipe. En marzo de 1984, Oscar Gatica volvió a la Argentina para radicar la denuncia ante la Conadep y aportar su esfuerzo a Abuelas. En junio se sumó ella. Luego de la entrevista con aquella vecina de la familia Americe, el organismo defensor de los derechos humanos localizó a la persona que tenía al varón. La restitución, sin resistencias, se concretó en septiembre de aquel año. La recuperación de María Eugenia fue más compleja.

“Entre todas las fotos que llegaban a diario a Abuelas, un día encontré una que me dijo que era ella”, recordó la mujer acerca de su hija, que hoy tiene casi 40 años. La niña, de entonces casi diez años, tenía otro nombre, otra fecha de nacimiento. Sin embargo, Abuelas llevó el caso a la Justicia, que ordenó un estudio de histocompatibilidad con sus dos hermanos –los niños que el matrimonio tuvo en Brasil– y los padres: “Los resultados salieron altísimos”, apuntó Ana María, y el juez Antonio Borras ordenó su restitución. Pero el apropiador, el policía Rodolfo Silva, se opuso e intentó secuestrarla una segunda vez. “Las Abuelas fueron a hablar con el presidente (Ricardo Alfonsín) y la foto de la nena llegó a la televisión.” La restitución se completó en noviembre. Silva y su esposa fueron condenados a dos meses de prisión.

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