Porque lo silenciaron, escuchalo

El 18 de septiembre se cumplieron cinco años de la segunda desaparición forzada de Jorge Julio López, testigo clave en el juicio que condenó a Miguel Etchecolatz. Aquí, un video producido por Memoria Abierta en el que se puede ver parte del testimonio de López en aquel juicio.

Jorge Julio Lopez durante su testimonio

El testimonio que dio Jorge Julio López aquel 28 de julio de 2006 resultó clave para la condena a reclusión perpetua de Miguel Etchecolatz, ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense y responsable de centros clandestinos de detención. En el juicio, López reconoció haber estado en la comisaría quinta de La Plata e identificó a Etchecolatz como uno de los hombres que lo torturó en esa dependencia. El Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, que ahora está juzgando a una larga lista de 26 represores, condenó a Etchecolatz por “homicidio calificado, privación ilegal de la libertad y aplicación de tormentos”. Desde el 18 de septiembre de 2006, López está desaparecido por segunda vez.

Jorge Julio López había nacido el 25 de noviembre de 1929 en Elordi, un pueblo cercano a General Villegas. Tenía 47 años cuando se acercó a la Unidad Básica Juan Pablo Maestre, de Los Hornos, La Plata, creada por un grupo de jóvenes platenses de la Juventud Peronista y de Montoneros, entre ellos Ambrosio de Marco y Pastor Asuaje.

El 27 de octubre de 1976 López fue secuestrado por primera vez, al igual que muchos compañeros que fueron secuestrados el mismo día. Los 160 días que estuvo detenido-desaparecido pudieron ser reconstruidos a partir de sus testimonios, que tenían un alto nivel de detalle. López estuvo en silencio muchos años, pero cuando se jubiló empezó a escribir lo que había vivido en papeles sueltos, hojas de publicidad, boletas y hasta bolsas de cal. Armó carpetas que su familia sabía que existían pero no dónde estaban, hasta su segunda desaparición. Eran tres y las había guardado en una caja, en el doble fondo de una valija.

El paso que va del rompecabezas de textos y dibujos de su puño y letra, con las caras de represores y detenidos, hasta la decisión de declarar ante la Justicia lo pudo dar cuando lo contactaron los familiares de Patricia dell’Orto, compañera de militancia, a fines de los años 90, y por la motivación de la promesa que le había hecho a ella cuando ambos estaban en cautiverio: si López salía tenía que decirle a su hija, Mariana, que su mamá la quería.

En sus testimonios habló de fosas comunes, lo que se confirmó con el hallazgo de restos óseos en 2009. En los reconocimientos judiciales de la causa Etchecolatz, López fue muy preciso y, junto a la sobreviviente Adriana Calvo, fallecida en 2010, identificó el recorrido de su calvario. Estuvo detenido junto a Francisco López Muntaner, uno de los chicos de la Noche de los Lápices, y con sus ex compañeros de la unidad básica, Ambrosio y Patricia. López pudo ver por un agujerito de su celda el fusilamiento de ambos. “Patricia pidió que no la mataran porque quería criar a su hijita”, declararía años después.

En 2006, cuando declaró ante el Tribunal 1 de La Plata estuvo acompañado por sus dos hijos, su sobrino y su nuera. “Ahí entendimos que aunque hubiéramos intentado convencerlo de que no declarara no lo habríamos logrado. Al haberlo escuchado me pareció perfecto lo que hizo, más allá de las consecuencias que tuvo. Cumplió su deber como ciudadano, hoy la gente tiene miedo hasta de salir de testigo de un choque”, dijo su hijo Ruben. Tras aquella audiencia, que se proyecta en cada aniversario y vuelve a estremecer, López planeaba festejar su cumpleaños y la condena a Etchecolatz con una gran comida a la canasta, en la que quería juntar a la familia y los compañeros. Pero el 18 de septiembre de 2006, cuando tenía que presentarse para los alegatos, no apareció. Fue su segunda desaparición.

Entonces se profundizó la distancia entre la familia y los organismos de derechos humanos que lo sostuvieron durante el juicio. Mientras Ruben López decía en TV que su papá podía estar extraviado, Adriana Calvo, Nilda Eloy y sus abogadas supieron casi de inmediato que no estaban ante una averiguación de paradero, como se caratuló la causa durante los primeros años, sino ante una nueva desaparición forzada. López había identificado y acusado a Etchecolatz y a otra media docena de genocidas.

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