Las huellas de la memoria

enredando.org.ar | 17 de marzo de 2023

Cómo reponer lo que fue demolido. El haber estado ahí, el valor del testimonio y el trabajo exhaustivo de peritaje como documento histórico. El músculo de la memoria y el ejercicio en tiempo presente. La Quinta de Fisherton, las pruebas y el juicio. El sobreviviente que habló cuarenta años después. Las marcas y aquello que no terminará de suturar nunca. Nunca más.

 

Por Tomás Viú

—Esta noche te vas—. Daniel escucha pero no ve. Tiene los ojos vendados y hace veinte días que no sabe dónde está ni por qué lo llevaron ahí. Pide que por favor le saquen la venda que tiene atada a los ojos con un trapo.

—No—, le contesta el tipo que por cómo habla parece el capo. —Porque si vos me encontrás por la calle me vas a querer matar, y antes de que vos me mates te tengo que matar yo a vos—. Para Daniel esa frase significa que efectivamente lo van a largar. Aunque la duda la tendrá hasta que baje del vehículo y caiga en la zanja de Circunvalación después de caminar los tres pasos que le ordenaron que debía caminar antes de sacarse la venda.

“Cuando di el tercer paso me caí dentro del zanjón seco que había en Circunvalación. Cuando me reincorporé no sabía dónde diablos estaba”. Daniel empezó a caminar en dirección a las luces que pudo distinguir. Golpeó la puerta de una casa pero no le respondieron. Vio una fiesta de cumpleaños en un pasillo, hizo señas y salió un señor. Le explicó que lo habían secuestrado. No le creyó. Pidió saber dónde estaba. Le dijeron que en Fisherton y preguntó cómo podía hacer para volver a su casa. Tenía que caminar por Donado, le indicaron. Pidió que lo acompañaran, todavía tenía las manos atadas. Lo llevaron hasta la calle señalada. Esperó pero no pasó ningún colectivo. Pasó un taxi pero no paró. Un hecho fortuito jugó a su favor: por mirarlo a él, el taxista tuvo que frenar de golpe porque un perro se le cruzó por la calle. Cuando paró, Daniel aprovechó para ponerse al lado y le pidió que lo llevara. El taxista, que tenía su edad, lo terminó acercando hasta su casa. Cuando lo vieron llegar, la hermana se desmayó y su papá lloró como loco.

Error de batida
Cuando lo secuestraron, la noche del domingo 9 de octubre de 1976 Daniel Guibes —rosarino, diecinueve años, nacido y criado en barrio Hospitales al sur de Rosario— estaba durmiendo en su casa de Felipe Moré 2295, en la zona oeste de la ciudad. La casa, a la que se había mudado un año antes, estaba justo en una esquina y estaba contigua a una fundición. Durante el lapso de tiempo en que Daniel estuvo desaparecido, volvieron a irrumpir para llevarse a quiénes realmente buscaban, una pareja que ya no estaba porque al enterarse de su secuestro había abandonado el lugar rápidamente. “Para contarte qué pasó tendría que empezar por el final, cuando me liberan”, dirá Daniel cuarenta y siete años más tarde. Veinte días después de aquella noche interrumpida, esto es más o menos lo que pasó:

Del lugar en donde estaba encerrado, a Daniel lo pasaron a una habitación independiente, solo, y le dieron de comer. Le llevaron una radio para escuchar. El tipo con voz de capo le dijo que lo disculpara, que lo hacían por la patria y que había sido un error de batida. “Primero estuve en un lugar que por el movimiento para mí era un lugar céntrico. Después me llevaron ahí, al lugar que después reconocí como la Quinta de Fisherton”.

***

El encabezado de la solicitud que el Poder Judicial de la Nación le expidió a la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño (FAPyD) de la UNR, estampa la fecha: 26 de diciembre de 2007. En el expediente, el Juzgado Federal N° 4 se dirige al entones Decano de la Facultad para solicitarle que ´a través del departamento pertinente´ se confeccionen una serie de maquetas de algunos lugares en los que presuntamente podrían haber funcionado centros clandestinos de detención. Uno de los predios es el conocido como la ´Quinta Operacional de Fisherton´, emplazada en la casa ubicada en calle Calazanz al 9100, frente al Mercado de Concentración.

Quienes tomarían el trabajo encomendado ya venían abordando el cruce entre arquitectura, derechos humanos y memoria: el Área de Derechos Humanos de la FAPyD, dirigida por la doctora en Arquitectura Alejandra Buzaglo. El antecedente era el peritaje que habían realizado en La Calamita. “A partir de esa experiencia, el juez pide hacer un trabajo análogo en cuatro lugares más”, reconstruye Alejandra quince años después. “Con el arquitecto Viú veníamos trabajando con organismos, sobrevivientes y el Museo de la Memoria, en señalamientos de lugares y marcaciones”.

El Área de Derechos Humanos —integrada por docentes y estudiantes— se terminó de conformar precisamente a raíz de la solicitud judicial que se produjo en el marco de la derogación de las leyes de impunidad. En 2006 se habían retomado algunas causas sobre delitos de lesa humanidad. “En ese contexto, ya con cierta experiencia de trabajo en torno a pasado reciente y memoria, desde el vicedecanato de la FAPyD me proponen dirigir el Área que se configura para los relevamientos”.

La arquitecta Buzaglo explica que cada peritaje es muy diferente a los demás. En el caso de la Quinta Operacional de Fisherton, se vuelve a repetir que no hay planos de los edificios que les solicitaban peritar. Por eso, cuando fueron a relevar tuvieron que volver a medir, centímetro a centímetro, cada espacio. “Recomponer cada materia”, dirá Alejandra, y describirá algunas particularidades del caso. “La Quinta Operacional de Fisherton se trata de dos casas apareadas en un estilo chalet. Son dos casas simétricas, en espejo”. Cuenta que en una de las casas vivía una familia y que la otra estaba tapiada. Por eso, para poder ingresar a hacer el peritaje entraron con Gendarmería que hizo un boquete. “Entramos también con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Supimos más tarde que la casa que estaba tapiada era la que había funcionado como lugar de hacinamiento y tortura y que en la otra casa residía la patota”.

Alejandra cuenta que cuando ingresaron, el EAAF tomó muestras de texturas de las paredes y las superficies porque había un tipo de análisis muy novedoso que permitía identificar ADN hasta treinta años después. Desde el Área de DDHH ya habían relevado la casa gemela, por lo tanto tenían una base para inferir las medidas de la casa tapiada. De todas maneras, entraron a verificar ese dato y a auscultar el espacio de forma minuciosa, precisa, exhaustiva. “Siempre con una atención muy particular a huellas edilicias que nos permiten inferir funcionamiento”.

En el relevamiento cada elemento es un potencial índice de información. Buzaglo cita a modo de ejemplo un hallazgo significativo: por fuera de estas dos casas apareadas que estaban en medio de un predio verde, al fondo había una casilla tipo depósito para guardar elementos de mantenimiento. Con la mirada puesta en esos detalles relevantes, pudieron identificar que ese lugar —que medía 4.16 mt por 2.48 mt— en algún momento había estado dividido en cuatro. “Tenía cuatro maneras de ingresar, la original del depósitoy unas puertas improvisadas, eso se nota en la traba del nuevo muro que cierra esas aberturas. No queremos reponer el plano original de la casa proyectada; nuestro relevamiento pone atención al registro de esas huellas”. Después del peritaje, el grupo de trabajo se enteró a través de testimonios que en ese espacio había habido cuatro celdas. “Cuando se nos encomendó el trabajo nos pidieron que no conversáramos con sobrevivientes. Eso que en principio nos resultaba un poco extraño fue importantísimo porque exigía un esfuerzo por hacer que la materialidad sea la que hable. No esperar un testimonio para ver si la materialidad lo corroboraba, sino al revés”, dice Alejandra.

Las vueltas de la vida
Unos cinco años después de haber sido secuestrado y liberado, Daniel Guibes entró a trabajar haciendo tareas de mantenimiento en el viejo Colegio Inglés, ubicado en Rosario en calle Tucumán entre Mitre y Entre Ríos. Para el año 2005, en la misma zona de Fisherton donde está Old Resian —club formado en 1942 por ex alumnos del Colegio Inglés en donde funciona el campo de deportes de la institución— construyeron otra escuela para alumnos de la región oeste de Rosario. Hacia allá lo trasladaron a Daniel, para trabajar en el campo de deportes.

“Yo siempre veía que el chalet del fondo, que no era propiedad del colegio, estaba custodiado por Gendarmería. Les preguntaba a los muchachos que trabajaban conmigo por qué estaban los milicos, por qué cada vez que había que cortar el pasto teníamos que pedir permiso. Uno que era del barrio me dijo que ahí habían tenido gente prisionera”. Daniel, por un tiempo, no le dio mucha importancia al asunto. Pero cuando unos años más tarde, la Fundación Churchill a la que pertenece el colegio San Bartolomé compró la propiedad donde estaba incluido el chalet, se produjo otro quiebre en su historia.

Como encargado de mantenimiento, lo primero que hizo Daniel fue ir a ver el lugar. Cuando entró, el pasado se le vino encima.

—Me encuentro con la sorpresa de que el baño era el mismo baño donde yo me podía sacar la venda. Y la pieza era la que estaba contigua al baño. Y el lugar de donde venían los gritos y todas esas cosas estaba en el medio de ese chalet que está hecho en espejo. Ahí me agarró el patapuf. Dije ´no puede ser´—.

Daniel volvió al día siguiente. En una combinación de miedo y asombro, sólo le contó a su mujer. Al tercer día le pidió a un amigo que lo acompañara al chalet. “Ahí ya empecé a mirar los pisos que eran de parquet, el mismo lugar del botiquín del baño. El espejo no existía pero estaba la madera del botiquín. Ya tenía la certeza de que yo había estado ahí”.

El trabajo técnico y científico del Área de DDHH adquiere una relevancia central en el marco de los juicios. Cuando un testigo refiere a este tipo de espacios, explica la arquitecta Buzaglo, el testimonio de quienes hicieron el peritaje se coteja con el del sobreviviente, verificando o dando veracidad al relato. “Son cosas muy pequeñas, a veces es una fisura en el revoque y si seguimos la fisura podemos recomponer una puerta entera y así podemos decir que por ahí se podía ingresar en algún momento. Eso es lo que valida un testimonio porque cuando el sobreviviente se encuentra con la espacialidad hoy, en tiempo presente, no se puede verificar el uso del espacio que relata”.

Cuando Daniel volvió de sus vacaciones en 2016 ya no pudo volver a entrar al chalet. Tampoco lo pudo mirar de reojo, ni de cerca, ni de lejos. El chalet ya no estaba: había sido demolido. La prueba material más cabal de esta historia trágica y angustiante había sido arrasada por una topadora. ¿Cómo hacer memoria ahí donde ya no hay nada?

Antes de irse de viaje, cuando se enteró de que querían demolerlo, Daniel y un miembro de la comisión directiva tuvieron una conversación más o menos así:

—¡No me vas a decir que van a tirar el chalet!

—Si, lo vamos a tirar porque hay un quilombo bárbaro con ese chalet.

—¡Qué lástima!-, le contestó Daniel, que por un tiempo más se siguió guardando su historia y se fue de vacaciones.

***

En 2015 Old Resian le había comprado el predio al propietario original: Chaina Sociedad Anónima Industria Metalúrgica. Alejandra Buzaglo dice que cometieron la imprudencia de demoler la construcción que si bien no tenía valor arquitectónico —las casas apareadas estaban abandonadas y vandalizadas— sí era documento de memoria. Dice que para demoler siempre hay que tramitar un permiso. Y que la situación de la demolición se visibilizó a partir de los organismos de derechos humanos. Cuando se tiraron abajo las casas, Alejandra aún no había testimoniado en el juicio.

Poco tiempo después de la demolición, el equipo del Centro de Estudios de Investigaciones en Arqueología y Memoria (CEAM) se acercó al lugar. Cuando preguntaron, les dijeron que hablaran con Daniel para que los guiara.

—Bueno, si quieren vamos a ver pero ya está todo tirado abajo-, le advirtió Daniel al grupo de interesados. Una vez en el lugar, sucedió algo que sorprendió a propios y extraños: Daniel empezó a desatar el nudo:

—En este chalet estuve yo, yo estuve acá.

—!No! ¿En serio?

—En serio, yo no sabía que existía esto hasta que vine a trabajar acá.

Hasta ese día lo que se conocía es que en la causa había un solo sobreviviente, Fernando Brarda. Desde ese momento, la historia que Daniel empezó a sacar de adentro lo convertiría en el segundo sobreviviente de la Quinta Operacional de Fisherton.

Cuarenta años después, Daniel contó la historia que hasta ese momento sólo sabía su mujer y su núcleo familiar más cerrado. En ese momento, lo contactaron con integrantes de organismos de derechos humanos, con Nadia Schujman —abogada de HIJOS Rosario y querellante en juicios por delitos de lesa humanidad— y con Adolfo Villate —fiscal general de la Unidad de Asistencia a las Causas por Violaciones a los Derechos Humanos—. “Pasó el tiempo y no me hacía nada bien retomar todo esto. Me ponía mal porque era algo que tenía guardado, escondido. Era como que estaba tapando todo el pasado”. Pero algo lo movió a Daniel a resquebrajar la coraza. Le habían contado que por ese lugar habían pasado 29 víctimas.

El abrazo inevitable
El lugar —Boulevard Oroño al 900 frente a los Tribunales Federales de Rosario— permite inferir de qué se trata la cosa. Los barbijos tapando parcialmente los rostros sitúan la escena en el marco de la pandemia mundial por Covid-19. Las camperas y abrigos dan cuenta de la época del año: es invierno. Ninguno de estos elementos —frío y riesgo de contagio— evitan el encuentro: la cita es impostergable. La bandera con la estampa del número 30.000 termina de configurar la secuencia: adentro de los Tribunales se está leyendo la sentencia de la causa Klotzman; afuera, la emoción desborda (una vez más) los cuerpos de quienes están expectantes por la lectura del fallo. Iván se funde en un abrazo inevitable. El gesto va cargado con la ambigüedad de saber que se hizo justicia y que al mismo tiempo hay algo que no terminará de suturar nunca.

Iván Fina es hijo de Isabel Carlucci y de Víctor Hugo Fina, ambos víctimas del terrorismo de Estado implantado durante la última dictadura cívico-militar en nuestro país. Sus padres eran militantes del PRT-ERP. El 10 de agosto de 1976, Víctor Hugo fue asesinado por fuerzas de seguridad en el domicilio de la pareja en la ciudad de Rosario. Isabel fue secuestrada ese mismo día en su lugar de trabajo en Capitán Bermúdez. Estaba embarazada de seis meses —otras tres mujeres embarazadas pasaron por el centro clandestino de la Quinta Operacional de Fisherton—. Iván fue querellante en la causa Klotzman en donde se juzgó el delito de homicidio de Isabel y Víctor; y la privación ilegítima de la libertad de Isabel. Aunque los restos de Isabel fueron identificados, no se pudo determinar si dio o no a luz. Iván forma parte de la filial rosarina de Abuelas y sigue buscando a su posible hermano o hermana.

La sentencia del juicio oral, el 29 de julio de 2021, dictamina la pena máxima para los cuatro acusados: Jorge Alberto Fariña, Federico Almeder, René Juan Langlois y Enrique Andrés López recibieron la condena a prisión perpetua. En la causa —tramitada en el Tribunal Oral Federal Nº2 de Rosario— se juzgaron un total de 27 homicidios y 29 privaciones ilegítimas de la libertad, tormentos y asociación ilícita. Además, Jorge Fariña fue condenado por la supresión y sustitución de identidad de una menor (hija del matrimonio Cecilia Beatriz Barral- Ricardo Horacio Klotzman). La niña nacida en cautiverio, a quien se le sustituyó su identidad, conoció su propia historia en 2011.

Iván no tiene la certeza de que su mamá haya estado en la Quinta de Fisherton. Pero es una posibilidad que surge a partir del testimonio del sobreviviente Fernando Brarda, quien en 1984 denunció por primera vez ante la CONADEP la existencia de este CCD y quien reconoció el predio en 2005. “La posibilidad surge del cálculo que se hace a partir de la fecha y en función de que la mayoría de las caídas que se produjeron a principios de agosto del 76 y que concernían al PRT-ERP fueron llevadas a este lugar”, recompone Iván en diálogo con enREDando. La identificación de los restos de su mamá a partir del trabajo del EAAF estableció que fue poco el tiempo que estuvo con vida después del momento de su desaparición. “Eso coincide con que no tengo testimonios concretos de que la hayan visto ahí. Es una posibilidad que se arma a partir de los tiempos, el funcionamiento y el testimonio de esta persona. Pero no tengo ninguna evidencia física de que haya estado ahí”.

Los acusados formaban parte de dos fuerzas conjuntas: el Ejército Argentino —Comando del II Cuerpo de Ejército, Destacamento de Inteligencia 121— y la Policía Federal. Sobre ésta y las demás causas de Rosario y la región hay mucho material disponible en la página web de La escuela y los juicios, una iniciativa conjunta de H.I.J.O.S. Rosario y Abuelas de Plaza de Mayo filial Rosario, que propone ´tender un puente hacia docentes y estudiantes acercando propuestas educativas para abordar el pasado reciente´.

Antes del juicio, a Daniel Guibes le tomaron declaración testimonial. En esa oportunidad conoció al otro sobreviviente. “Estábamos sentados al lado. Yo no sabía quién era él y él no sabía quién era yo. Fue una especie de comprobación. Después me lo presentaron”.

***

Alejandra Buzaglo está sentada frente al monitor de una computadora. Va respondiendo preguntas y desarrolla de manera precisa cada una de las etapas del trabajo realizado años atrás. Del otro lado de la videollamada, escucha el tribunal judicial, la fiscalía, la querella y la defensa involucradas en la causa Klotzman. En su declaración como perito a cargo de la dirección del equipo que realizó los relevamientos de los sitios donde funcionaron centros clandestinos de detención, hacinamiento y tortura, Alejandra comparte en pantalla una presentación con diapositivas que sirven a los fines de enmarcar, ilustrar, explicar y detallar las tareas llevadas a cabo por el Área de DDHH de la FAPyD/UNR.

Con el predio demolido, el peritaje realizado en 2008 se convertiría en un material doblemente fundamental. El peritaje pormenorizado que Alejandra comparte en la declaración incluye: fotos satelitales, capturas fotográficas y audiovisuales relevando cada detalle de la construcción, del uso y del paso del tiempo; documentos, planos y maquetas realizadas con piezas removibles e incluso con rehundidos y marcas donde aparecen las huellas edilicias.

Todo el material relevado en crudo, facilitado para esta nota por la Dra. Arq. Alejandra Buzaglo, forma parte de una donación hecha desde la Facultad de Arquitectura y el Área de Derechos Humanos al Centro Documental Rubén Naranjo del Museo de la Memoria, bajo el nombre Patrimonio Hostil. Al ser de uso público, cualquier persona interesada puede acceder a este archivo.

Plantar un árbol
Iván está charlando con Alejandra en una de las canchas de rugby del campo de deportes del colegio San Bartolomé. En este mediodía de jueves 5 de mayo de 2022 no se juega ningún partido: la cita es un acto de señalización y plantación de memoria organizada por Hijos Rosario y la filial rosarina de Abuelas. Alejandra señala el suelo y recorre el perímetro delimitado por una planchuela de acero que se colocó sobre el verde césped para señalar el lugar exacto donde estaba el depósito en el que funcionaron las cuatro celdas. La precisión documental en el registro cuando aún estaban en pie las construcciones, es lo que le permite a Alejandra demarcar el lugar puntual del espacio ausente. Su explicación: “Es importante la escala real, 1 a 1, porque si estás parado o parada en ese espacio y ves lo que medía una celda, cobra otro sentido lo que fue el terrorismo de Estado. Esa marca quedó como una huella y permite desplegar y activar las memorias de otro modo”.

Iván hace un esfuerzo de imaginación para suponer eso que había estado y de lo cual no queda ninguna marca. Él no conoció el predio antes de la demolición. No recuerda bien cuándo fue por primera vez pero las casas ya no estaban. Dice que la sensación es arrasadora. “Es ausencia sobre ausencia: la ausencia de la desaparición reforzada por la ausencia del espacio”. Plantea que esta situación particular implica acentuar el ejercicio de la memoria porque “implica incluso suponer la existencia de algo que hubo ahí cuando en verdad no quedan rastros”. En este sentido, destaca la importancia de la palabra de los testigos y de las pericias realizadas.

Daniel, que se había jubilado en 2020 con treinta y nueve años de aporte, volvió a su lugar de trabajo para participar del acto. Desde que pudo empezar a desatar su pasado acorazado, acompañó y estuvo en las reuniones y movilizaciones de derechos humanos en Rosario. Dice que apoya con su presencia las cosas que se hacen para la memoria. Su participación en el acto tuvo que ver con plantar uno de los 33 árboles —en Rosario ya se plantaron cerca de quinientos en el marco de la campaña nacional Plantamos Memoria impulsada en 2021 por Abuelas de Plaza de Mayo—. Como Daniel trabajaba en el campo de deportes, plantar árboles era una tarea que formaba parte de su cotidianeidad laboral. Sin embargo, ningún árbol tendría tanta carga simbólica ni tanto sentido como éste. “Ese lapacho fue el árbol más importante que me tocó plantar en mi vida. No voy a plantar ningún árbol más importante que ese”.

 

enredando.org.ar | 17 de marzo de 2023

 

 

 

 

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