El cuerpo acribillado en la plaza de Metán

Gabriela declaró ante el Tribunal Oral Federal de Salta donde se lleva adelante la megacausa por las víctimas de la represión. Tenía 12 años cuando secuestraron a su padre, Luis Rizo Patrón, al que pocos días después dejaron tirado y asesinado en la plaza de Metán.

Diario Página/12 - 25/07/2012

Por Alejandra Dandan

Gabriela empezó describiendo ese estado de clandestinidad “media extraña” en el que estaba su padre, Luis Rizo Patrón, que vivía escondido en el altillo de la casa de la abuela, adonde sus hijos subían cada tanto, pero cuando alguien preguntaba por él debían decir que estaba en otra parte. En julio de 1976, cuando ya lo habían secuestrado, la madre de Gabriela volvió a subir al altillo. “Eso es lo que más triste tengo de mi vida”, dijo ella en la audiencia de ayer. “Verla a mi mamá bajando con los libros de mi papá, teniéndolos que quemar por recomendación de la familia, quemar el libro que él estaba escribiendo y que a mí me hubiese gustado llegar a leer.”

Gabriela declaró ante el Tribunal Oral Federal de Salta donde se lleva adelante la megacausa por las víctimas de la represión. Tenía 12 años cuando secuestraron a su padre, al que pocos días después dejaron tirado y asesinado en la plaza de Metán, abajo del monumento al General San Martín, rodeado de bombas, con seis agujeros de tiros en la cabeza, dos o tres en los brazos y otros en el estómago. Su padre, que era maestro de escuela en Metán, que había nacido en Santiago del Estero, había sido amigo desde el secundario de Roberto Santucho y más tarde parte del PRT; estuvo preso y luego fue candidato a legislador y diputado en el gobierno de Miguel Ragone, después del golpe había comenzado a viajar a Chaco. Cerca de ahí una patota secuestró primero a su hijo más grande, y el 12 de junio de 1976 lo obligaron a entregarse a cambio del joven.

“Realmente las heridas que quedan en una familia son muy importantes”, dijo ella cuando el Tribunal le preguntó por qué no estaban allí declarando sus hermanos. “Acompañé a mi mamá cuando la persona que está a cargo del programa de Protección al testigo fue hablar con ella. Nos explicó el valor que tenía esto para determinar las condiciones de la muerte, que nosotros ya sabemos; para poder determinar quiénes fueron los culpables, que Dios sabrá si se podrá determinar o no, y para poder determinar la magnitud del daño. En función de esa magnitud del daño es que yo estoy sentada hoy acá”, dijo ella. “Me parecía que se debía saber en principio que mi papá era una persona que desde la docencia trató de transmitir mucho de lo que era el respeto al otro y a las ideas; tenía una ideología muy clara de participación en la comunidad, a través del gremio y cooperativas. Desde que eran muy jóvenes los dos, con mi mamá, comenzaron una línea de defensa del indígena, quedó mi papá después militando un tiempo en el PRT. Y todo lo valioso de su vida me parecía que era muy poco que quedara simplemente en el cuerpo, en cómo se había encontrado, qué posición estaba o cuántas balas recibió. Esta magnitud del daño hace referencia a la familia, que estuvimos muy solos, con apremios económicos. Cuando tomé el ómnibus anoche, una de las broncas más grandes que tenía era darme cuenta de que después de 36 años lo que ocurrió está tan presente en la vida de cada uno de nosotros: verla a mi mamá que no puede venir; ver a mi hermano que a los 51 años no puede contar esto. Y pensar que mi hermana está ahí afuera sin poder expresar esto, porque lo que nos metieron es el miedo adentro.”

Luis

A Luis Rizo Patrón le decían “el profesor” en el pueblo de Metán. “Mi mamá era profesora de lengua y mi papá de contabilidad, vivíamos ahí en donde ser docentes era uno de los mayores privilegios, nosotros éramos muy bien considerados” en el pueblo, dijo Gabriela, hasta que en mayo de 1972 detuvieron por primera vez a su padre. “Al episodio lo viví bastante de cerca porque nos detiene la policía. En ese momento se usaban unos portafolios enormes de Primicia. Me acuerdo que el policía me dijo: abrime el portafolio. Yo miré para atrás, mi mamá me dijo que lo abra y mi hermana se resistía. Cuando vieron que llevábamos útiles nos dejaron ir al colegio y cuando volvimos a nuestra casa, a mi papá se lo llevaron detenido.”

Luis estuvo preso en Tucumán, en Buenos Aires, en Resistencia y luego en Salta. Los hijos lograron verlo en la cárcel de Salta en mayo del ’72, donde les mostró las artesanías que armaban con huesos de caracú. “Lo vi mucho más flaco, había hecho huelga de hambre y mi hermana me preguntó si no me había dado cuenta de que estaba golpeado. Pero yo no me daba cuenta todavía.” Cuando salió en el mes de septiembre, al poco tiempo comenzó con la candidatura a legislador. “Para nosotros todo eso era raro”, dijo ella. “De golpe pasamos de ser hija de un preso, a ser hija del candidato, a los pocos meses hija del legislador y vicepresidente de la Cámara de Diputados de Salta en la época del gobierno de Ragone.”

En el ’73 y ’74, como legislador viajaba los fines de semana a Metán. Con los años Gabriela se metió a ver sus proyectos, entre los que más discusiones generó, encontró uno sobre la expropiación de latifundios.

“¿Por qué pasó a la clandestinidad?”, preguntó el fiscal en la sala.

“Ya a mediados del ’74 el ambiente no era tan jolgorioso, de ser la hija del legislador empezamos a recibir amenazas. Digo jolgorioso porque pude venir a la capital de Salta y verlo no en la cárcel sino como diputado, que estuvo lindo. Pero al final del ‘74 toda la familia estaba amenazada y a un vecino a dos casas de la nuestra le pusieron una bomba y nos dijeron que se habían equivocado: que las bombas eran para nosotros. Yo tenía 10 años y entendía perfectamente qué era que a uno le pusieran una bomba: vi la que le pusieron al vecino, vivíamos con muchísimo miedo.”

Con un apagón provocado por algunos amigos, la familia salió en secreto de Metán a Santiago del Estero. Dos o tres semanas después, dos bombas estallaban en la casa de Metán.

Luis pasó un tiempo en el altillo hasta el golpe de 1976. Por la situación económica, empezó a viajar a Roque Saénz Peña en el Chaco y volvía a Santiago del Estero una vez al mes. “Cuando volvía nos contaba mucho del campo, y a mi hermano le gustaba en particular ir a cazar. Una vez, mi hermano se entusiasmó con la idea de ir a un paraje cercano de donde estaba mi papá, en Pampa de los Guanacos (en el norte de Santiago del Estero y límite con el Chaco). Quedaron que se juntaba ahí con mis tíos. En ese momento lo secuestraron unos que dijeron que eran de la policía. Mi papá vivía en una pensión. A cambio de entregar a mi hermano, mi papá tenía que entregarse. Ese fue el trato, mi papá se entregó. Subieron los dos a una camioneta, a mi hermano lo volvieron a llevar a Pampa de los Guanacos. Lo dejaron en medio de un monte cercano y de allí se lo llevaron a mi papá, en definitiva desde Pampa de los Guanacos.”

Lo que vino

Luis era uno de esos maestros que mientras sus alumnos hacían balances, les ponía discos de versos de García Lorca de su mujer que era profesora de lengua. O música clásica. “Sé que militaba en el PRT”, dijo Gabriela. “Sé que tenía reuniones. Era amigo íntimo de Roberto Santucho, fueron al mismo colegio, tuvieron muchas experiencias juntos, no sé cuál de los dos salvó la vida de cuál cuando cayeron al río Dulce. Compartieron mucho también con mi mamá cuando se formó el primer grupo que buscaba reivindicar los derechos, el FRIP y después en el PRT.”

Lo que sucedió con Luis como secuestrado –una palabra que Gabriela subrayó en medio de la sala cuando la fiscalía preguntó por su “detención”– forma parte de esa militancia. De Pampa de los Guanacos lo llevaron a Santiago del Estero, donde lo esperó Musa Azar. Lo vieron en Tucumán y lo dejaron muerto con una crueldad sobre la que todavía existen preguntas, en medio de la plaza de Metán.

“¿Usted sabe por qué secuestraron primero a su hijo si quienes lo seguían pudieron secuestrarlo a él directamente?”, le preguntaron en la sala. Gabriela dijo que no lo sabe, supone que fue porque a su padre lo querían con vida y con su hijo de señuelo se aseguraban que fuera así. En otro momento le preguntaron por qué creía que después de todo lo que hicieron, lo volvieron a llevar hasta Metán.

“Haciendo cálculos fueron muchos días los que lo tuvieron”, dijo ella. “Desde el 25 de junio hasta el 12 de julio, de acuerdo con mi construcción mental y respondiendo a la pregunta, siempre interpreté como que fue una cuestión aleccionadora. Yo nunca había vuelto a Salta, el año pasado fui a un congreso y me fui a Metán y me fui a la plaza para verla. Me pareció gracioso que pongan un cuerpo al pie de la estatua de San Martín –dijo– podía tomarse como un homenaje. Pero por todas las otras condiciones, rodearlo de paquetes de bombas, con el cuerpo torturado, era como algo aleccionador.”

David Leiva es uno de los abogados de las querellas. Está convencido de que el secuestro de Luis pudo estar relacionado con la persecución a Santucho. Cree que el circuito por el que pasó muestra además la coordinación no tanto de la policía sino del Ejército, que tenía la mirada de la zona. Otro de los aportes de sus subrayados es sobre la condición de militante político de Luis: “Nosotros estamos intentando ubicar a las víctimas del terrorismo de Estado en los partidos en los que militaban, y eso se está dando en Salta, sobre todo con los testimonios que se escuchan de los militantes del interior de la provincia, porque con estos juicios no perseguimos solamente la sanción punitiva del Estado, sino la posibilidad de recuperar la historia de los compañeros. No contarla es perpetuar ese proceso de desaparición: no contar dónde militaban y cuáles fueron las ideas es parte de la política de seguir desapareciéndolos. La experiencia es lo más próximo que esta generación tiene que legar a las futuras”.

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