Diario La Capital - Señales, Domingo 18 de Marzo de 2012
Informar en tiempos de oscuridad
¿Qué hizo la prensa argentina durante la última dictadura cívico-militar? ¿De qué manera cumplió con su función de informar a la sociedad? ¿Dónde terminaba la censura y en qué punto empezaba la aprobación e incluso la complicidad? ¿Hasta qué punto los periodistas y los empresarios periodísticos conocían los crímenes de los militares y qué pensaron al respecto? Estas y otras preguntas serán reabiertas en Prensa y Dictadura, la muestra de textos, imágenes y documentos que el Museo de la Memoria presentará la semana próxima, a 36 años del último golpe contra la democracia.
Con rostro humano. El dictador Videla, con los jugadores que ganaron el mundial de fútbol juvenil en 1979, ante la mirada atenta de la prensa.Por Osvaldo Aguirre
Producida por el propio Museo, a través de su hemeroteca, de la hemeroteca de la Biblioteca Argentina y del Archivo Nacional de la Memoria, la muestra "apunta a presentar a través de imágenes y textos el panorama y la atmósfera que se instaló en el país a partir del aparato de censura y persecución instaurado por el golpe militar", según adelanta Rubén Chababo, director del Museo de la Memoria.
La prensa bajo la dictadura tiene ya sus íconos, desde el título "Estamos ganando" en la tapa de la revista Gente, durante la guerra de Malvinas, al "¿Qué buscan?" con que Somos aportó su grano de arena contra la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 1977; desde la foto de Videla, Massera y Agosti con los brazos en alto, festejando un gol en el Mundial de Fútbol de 1978, a la "carta de la madre de un subversivo", publicada por los diarios más importantes del país. Páginas de "un tiempo de oscuridad", dice Chababo, que retornan con la fuerza de lo que todavía no ha sido indagado en profundidad.
"Seleccionamos el material en base a cuatro núcleos, que nos parecían los que más se reflejaron en la prensa durante la dictadura: la universidad, el Mundial de fútbol, la guerra de Malvinas y la vida cotidiana. La idea fue articular textos e imágenes desde un lugar de cierto exitismo, como parece que se cuenta la historia en la Argentina, donde el Mundial puede ser homologado con Malvinas.", explica la artista Graciela Sacco, curadora de la muestra.
Serviles
"Cuando uno revisa este material —dice Chababo— se evidencian los consensos, los acompañamientos con los que contó la dictadura. En la muestra aparece el llamado de la revista Para Ti para que las mujeres escriban cartas para hacer conocer la verdadera Argentina en el exterior, ante lo que se llamaba campaña antiargentina. Nadie forzó a las mujeres o a los hombres para que enviaran las cartas desde sus casas. Esas son las cosas para reflexionar, los modos en que una sociedad prefirió, en muchos casos, la instalación de regímenes autoritarios, mirar hacia otro lado, no comprometerse frente a obligaciones de derechos humanos".
El 15 de abril de 1976, por caso, la revista Gente informó sobre "el primer mano a mano del presidente" en la sala de periodistas de la Casa Rosada. El dictador Videla era presentado como un personaje simpático, que enfrentaba a los reporteros con aire informal ("¿me van a invitar un café?"), creía en la libertad de prensa y contestaba todas las preguntas. "¿Qué es la subversión?", preguntaba un periodista servil. "No es sólo que se ve en la calle. Es también la pelea entre hijos y padres, entre padres y abuelos. No es solamente matar militares. Es también todo tipo de enfrentamiento social", respondía Videla.
En la mira
La prensa fue un objetivo clave de la dictadura, como lo prueban los 112 periodistas argentinos que fueron desaparecidos, la censura impuesta a los medios y los proyectos periodísticos de los militares, como el diario Convicción, del almirante Eduardo Massera.
En rigor, la persecución y la censura comenzaron antes del golpe, durante el gobierno de Isabel Perón, con la prohibición de Militancia, El Mundo, Noticias, El Descamisado, El Peronista, La Calle, El Nuevo Hombre y Satiricón, entre otros medios acusados de formar parte del "terrorismo periodístico". Enrique Raab, Francisco Urondo, Rodolfo Walsh, Rafael Perrota, Alicia Eguren y Raymundo Gleyzer fueron algunos de los periodistas desaparecidos y muertos a partir del golpe de 1976.
"El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información", escribía Walsh en los partes de Cadena Informativa, una de las herramientas que creó para hacer lo que la prensa no hacía: contar lo que ocurría. El Buenos Aires Herald, cuya redacción encabezaban Robert Cox y Andrew Graham-Yooll, y The Southern Cross, el periódico dirigido por el padre Federico Richards, fueron los únicos medios que dieron lugar a los reclamos de las víctimas y de los familiares de desaparecidos.
Sin embargo, la información sobre secuestros, asesinatos disfrazados de enfrentamientos y fugas, ejecuciones sumarias, hallazgos de fosas clandestinas y de cadáveres en el mar fue al mismo tiempo abundante en la prensa de la época, como mostró León Ferrari en Nosotros no sabíamos, cuyo título alude irónicamente al modo en que la sociedad civil negó (y niega) su conocimiento de los crímenes cometidos por los militares. Como se dice en las novelas policiales, lo que sucedía estaba a la vista, no había más que leer o escuchar.
"Hay muchas cosas que siguen dando vueltas —dice Graciela Sacco—. Por eso, cuando se hace este tipo de exposición uno se pregunta qué memoria se quiere construir y qué es lo que se quiere recordar. Nosotros hicimos una selección tratando de presentar los textos de la manera más objetiva posible, para que la interpretación esté a cargo del espectador".
Por otra parte, "hay una serie de discursividades que insisten con respecto al lugar de la mujer. Para Ti venía con un slogan que decía «las mujeres a la cocina». En la maestra esa imagen aparece sobreimpresa con la foto de una madre de Plaza de Mayo, de Adriana Lestido. Son imágenes de un mismo momento, cuando las madres de desaparecidos eran presentadas como figuras negativas, monstruosas, engendradoras del mal, y se contraponían con imagenes de mujeres supuestamente correctas que acataban las normas", destaca Chababo.
La muestra también incluirá videos publicitarios de la dictadura. Otros iconos, como el tanque de la DGI, el techo que aplastaba a la gente como metáfora ominosa de la inflación y el bife que remedaba la forma del país, en un mensaje que instaba a unirse ante "los de afuera". También habrá imágenes de la Facultad de Humanidades, antes y después del golpe, de la época en que se llamaba Filosofía y Letras, antes de que fuera tomada por asalto por la policía y los estudiantes tuvieran que identificarse cada vez que se identificaran. Como parte de la exposición, el 29 de marzo habrá un diálogo con los periodistas Eduardo Blaustein y Andrew Graham-Yooll.
"¿Qué quedará en la Argentina sin la espada y sin la cruz?", se preguntaba Carta Política, mensuario que dirigía Mariano Grondona. "El terrorismo no puede combatirse con contraterrorismo. El terrorismo puede combatirse tan sólo con la fuerza de la ley", dijo por su parte el Buenos Aires Herald. Dos editoriales que aparecieron en el mismo momento (agosto de 1976) y que ahora muestran dos perspectivas de la prensa de la época.
Prensa y Dictadura inaugura el viernes 23 a las 19, en el Museo de la Memoria, Córdoba 2019.
Partes de una agencia clandestina
La Agencia Clandestina de Noticias (Ancla) fue una de las herramientas que creó Rodolfo Walsh para “romper el cerco informativo” que impuso la dictadura sobre los medios de comunicación. Lila Pastoriza, Lucila Pagliai, Eduardo Suárez (desaparecido en agosto de 1976) y Carlos Aznárez fueron algunos de sus redactores. La agencia comenzó a funcionar en junio de 1976; apenas un mes después reveló documentos confidenciales de la embajada de Estados Unidos sobre la interna entre los militares, la posibilidad de que el régimen de Videla abriera cierto diálogo con los partidos políticos y el plan económico urdido por José Alfredo Martínez de Hoz. Otros de sus cables informaron sobre los efectos de la represión sobre la sociedad, el asesinato de monseñor Angelelli (cuando la versión oficial daba cuenta de un accidente) y las luchas intestinas entre los golpistas.
Aunque formaban parte del aparato de inteligencia de Montoneros, Ancla y Cadena Informativa —otra creación de Walsh— no se presentaban como órganos partidarios. Los principales objetivos de Ancla, dice Natalia Vinelli en un estudio dedicado a la agencia, eran “informar a los que informan”, brindar información a los periodistas; denunciar la represión, los planes económicos y la situación social creada por la dictadura y agudizar las contradicciones existentes en el seno de las fuerzas armadas.
Los ingleses locos que se arriesgaban
(Por Andrew Graham-Yooll). _ Por la noche llegó hasta el Buenos Aires Herald la madre. Había buscado ayuda para hallar el cuerpo de su hija en muchos lugares. Visitó comisarías, juzgados, hospitales; acudió a amistades con influencia y finalmente recorrió las redacciones de los diarios. Los secretarios de redacción de la ciudad le habían dicho con franqueza que no podían hacer nada y que se diera una vuelta por el diario inglés (diario en realidad de capitales norteamericanos), el de menos tirada de la ciudad. Se sabía que los ingleses se arriesgaban y eran medio locos, le dijeron. Se sospechaba que tenían protección de las embajadas británica y norteamericana: como si las embajadas sirvieran para proteger algo, o a alguien. en eso sólo creían los argentinos. Todo argumento parecía sólido cuando era necesario sacarse la responsabilidad en época de crisis. A la madre le habían dicho que el Herald era el único diario que informaría sobre la desaparición de su hija. La publicidad podría ayudarla al volver a recorrer las comisarías, cuarteles y juzgados a los que había acudido en su infructuoso peregrinaje.
Le habían avisado desde un teléfono público, en forma anónima, del arresto de su hija, un teléfono no muy lejano del lugar donde había sido detenidoa. El que llamó quiso asegurarse de estar hablando con la persona correcta, se disculpó por no presentarse y describió cómo y dónde habían detenido a la joven.
La madre era bajita, regordeta, con el cabello algo canoso y un rostro de expresión tierna, como el de esas madres que imaginan los hombres y las mujeres cuando sus mentes vuelan hacia ese refugio que son los padres, abandonado hace mucho tiempo.
La mano era floja y seca cuando la estreché invitándola cortésmente a entrar en la redacción. Se dejó caer sobre una silla con un suspiro de cansancio.
—Soy la madre de una persona que ha desaparecido, así que escúcheme, por favor.
Se disculpó por haber venido. Sólo pedía algunos consejos de guía, no pedía ayuda.
—Me dijeron que en este diario publicarían algo sobre lo que le ocurrió a mi hija.
Hizo una pausa y me observó; desvié la mirada.
—No quiero que publiquen nada por ahora... Quiero que me ayuden a encontrarla.
Le dije que ya me habían avisado que vendría. No era cierto, pero al menos le dio la impresión, aunque fuera poca cosa, de que alguien en otra redacción se había preocupado por ella mientras venía caminando desde otro diario, cruzando la plaza de Mayo y a lo largo de paseo Colón desde la Casa Rosada.
Un muchacho de la oficina le trajo una taza de té que ella casi no dejó llegar al escritorio antes de llevársela a los labios.
—Cuando me senté acá pensé que había venido para conversar con gente amiga, agradable y recibiría un poco de consuelo. El hecho de que me hayan invitado a entrar ya los convierte en gente buena.
Después de dos minutos de silencio incómodo, empezamos a discutir la posibilidad de publicar algo. “La señora X denunció ayer que según un informante anónimo, su hija...”
También podía pagar un aviso destacado en otros diarios. Hubo otra pausa para pensar y nació una idea, una que aún no había sido puesta a prueba. La señora tendría que visitar a algún alto dignatario de la Iglesia Católica que podría tener contactos con el Ejército. La Iglesia Católica tendría que intervenir en favor de una judía; nos reímos por primera vez. Anotó el nombre de un jesuita español que estaba de visita en el país y podría ayudar sin hacer demasiados preguntas. (de Memoria del miedo).