La música en el Holocausto

Shirli Gilbert Ed. Eterna Cadencia. 382 págs. 2010

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A pesar de haber transcurrido más de seis décadas desde la finalización de la Segunda Guerra, el campo académico sigue entregando una notable producción de obras dedicadas a desentrañar las características que asumió el genocidio nazi, uno de los fenómenos históricos acaso más trágicamente singulares de la historia del siglo XX. .

Buena parte de esas producciones corren el riesgo de ser repetitivas en su formulación. Carentes de novedad, en muchos casos evitan quebrar los patrones de lectura establecidos para estudiar un fenómeno histórico que desborda los límites tradicionales de la interpretación

No es el caso del ensayo de Shirli Gilbert, publicado por Eterna Cadencia, y que ahora llega a los lectores de habla hispana en una excelente y cuidada traducción. El estudio de Gilbert esta pensado y escrito a contrapelo de los saberes establecidos, como si el afán de la ensayista fuera el de poner en cuestión una serie de lugares comunes que a lo largo de más de sesenta años no han hecho otra cosa que entorpecer y banalizar la lectura de la experiencia aniquiladora desplegada por el nazismo.

El ensayo de Gilbert no es el primero que aborda el lugar que ocupó la música en aquellos años, pero sí marca una diferencia radical con las producciones precedentes: no está escrito con ningún afán de consuelo ni arroja miradas condescendientes hacia las víctimas de la barbarie. Por el contrario, busca leer sus experiencias vitales en el corazón de la Hecatombe desde una perspectiva en el que el valor de lo dilemático ocupa un lugar central de sus reflexiones y en el que la historia de los sujetos implicados no persigue la idea de inscribirlos en ninguna serie heroica o martirológica.

Lo que insiste en destacar Gilbert es que las víctimas del Holocausto fueron hombres y mujeres de este mundo y que sus respuestas frente al horror y al padecimiento de la violencia nazi no pueden ser leídas por fuera de ese patrón. O de otro modo, el ensayo se enfrenta a las visiones idealizadas con que las víctimas fueron evocadas o estudiadas en decenas de estudios de difusión académica. También en la abundante bibliografía conformada por memorias y autobiografias escritas por los sobrevivientes.

Si el lugar común dicta que la música fue una de las formas de la resistencia desplegadas por las víctimas, Gilbert demuestra con su escritura que ese es solo uno de los aspectos. Para demostrarlo, la ensayista exhuma documentos y rearma, de manera rigurosa, la vida cotidiana en los Guettos, atraviesa los umbrales de los teatros, cabarets y cafés de variedades, reconstruye repertorios y programas diseñados por los ocupantes para la población cautiva entre muros para revelarnos un universo en el que la zona gris, aquella que alguna vez describiera Primo Levi en sus memorias, diseña la lógica de un tiempo infernal en el que el padecimiento y la humillación no provenían exclusivamente de la mano del ejército ocupante sino, y en muchos casos, de los miembros de la misma comunidad puesta al borde del exterminio. En otras palabras, el estudio de ese rico repertorio musical permite visualizar los modos diversos en los que la población guettizada experimentó el cautiverio según su localización en la compleja trama económica en la que estaba ubicada, es decir, en el Guetto, pobres y ricos no accedieron ni se relacionaron con la música de un modo uniforme.

Fuera del espacio específico del confinamiento urbano, Gilbert revisa y transcribe partituras musicales, viaja desde el Guetto de Varsovia y Lodz hasta los campos de Treblinka y Auschwitz para tratar de entender el lugar que los músicos y las orquestas de cámara tuvieron en el corazón mismo de las fábricas de muerte, de qué modo la música acompañaba el exterminio y qué música y qué músicos eran los elegidos para tal tarea. Se trata de una reconstrucción exhaustiva en la que Gilbert no solo lee las composiciones musicales en clave ideológica (es de sumo interés la mirada que proyecta sobre las composiciones realizadas por partisanos) sino también el singular derrotero que se iba trazando entre la experiencia concentracionaria y el repertorio musical que desde ella iba surgiendo. En este sentido, como bien lo señala la autora, buena parte de esas creaciones musicales, más que ser vistas como una forma de la resistencia espiritual, deben ser leídas como verdaderas crónicas de la desazón o de la desgracia, actualizaciones y formas de interpretación de la tragedia en clave musical. También como una estrategia de conexión que permitía a los cautivos enlazar el pasado anterior a la entrada en los campos con el espesor de una experiencia difícil de entender y asimilar en su nueva condición de cautivos.

Así, La música en el Holocausto, es un verdadero y eficaz esfuerzo por desentrañar uno de los aspectos del Holocausto menos estudiados hasta el presente. Un ensayo escrito con agudeza crítica, pero por sobre todas las cosas, con un destacable afán por evitar cualquier lectura regida por la banalización de ese pasado o la condescendencia hacia las víctimas.

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