Rosario 12, Martes 15 de Mayo de 2018

El arte en voces, palabras y cosas

Los artistas convocados por el Museo de la Memoria, trabajan problemas sociales, económicos y políticos de todo el país.

Gringo, escultura, pintura, objeto de Diego Figueroa. Imagen: Gentileza Guillermo Turín Bootello/ Municipalidad de Rosario.

Por Beatriz Vignoli

Diego Figueroa y Andrea Fernández son artistas argentinos que trabajan en sus obras con problemas sociales, económicos y políticos del interior del país. No es lo suyo exactamente "arte político", en el sentido conceptual o didáctico. Lo político, en las obras de Diego y Andrea, se vuelve poético. El punto de partida es una mirada atenta y una escucha alerta sobre el despojo de plusvalía, vidas y bienes que sufre la clase trabajadora en el Chaco, en Tucumán o acá nomás. Pero ellos no construyen dioramas ni vistas panorámicas. No explican nada. Acercan voces, palabras y cosas a los espacios de arte. Hacen sentir.

"Cuando volví a Tucumán, empezando el invierno, María nos pidió que la acompañemos a buscar el lugar donde mataron a su papá", cuenta la voz de Andrea Fernández en la crónica cuyo audio resuena en el subsuelo del Museo de la Memoria de Rosario (Córdoba y Moreno). El antiguo "sanctum" masón, hoy auditorio institucional, recupera algo de su vieja teatralidad gracias a esa voz y a una iluminación que enfoca una selección de piezas escultóricas e instalaciones de Diego Figueroa que parecen caídas o irrumpir como apariciones, en fuerte contraste (y a la vez en una onírica armonía) con el refinamiento burgués de la arquitectura. Golpe en seco se titula la doble exposición, que puede recorrerse hasta el 4 de junio y es la última del ciclo Presente continuo, que con curaduría de Hernán Camoletto lleva un año cruzando entre sí dos ámbitos diversos: la memoria y el arte contemporáneo.

En la impecable y contundente selección de obras por el curador (objetos como ruinas de proyectos, envueltas en una voz que se hace eco de voces de testigos donde suena el silencio de los asesinados) se deja leer un mundo que raramente ingresa al museo. Y que esta vez no lo hace desde la ironía, sino desde quienes comparten o sienten que comparten un mismo horizonte con los protagonistas de lo que narran.

Para Diego Figueroa, las palabras son importantes; los nombres de los materiales equivalen a precios y los precios determinan accesos sociales. "Chapa acanalada de fibrocemento", repetía en la noche de la inauguración, el miércoles pasado, como si martillara con insistencia la materia misma del techo del tipo de barrio que se está haciendo su casa. El mismo que levanta casas para otros y cuyo rostro espectral se lee en negativo en un casco de seguridad de obrero de la construcción, en otra obra. Para Figueroa las palabras son importantes y también el modo de pronunciarlas. "Lo dólare" es el título de una pintura suya expuesta donde el rostro repetido de Ben Franklin en los billetes es zaherido, como en un rito vudú materialmente excesivo, por picas de hierro para demolición. Otra batalla se pelea en la que sin duda es la más eficaz de las obras de la muestra. Gringo (título de la obra), se lee en una esquirla de madera de cajón de verduras devenido en daga asesina contra un fragmento de la imagen del reverso del billete de un peso Ley 18118: el grabado del Hotel Llao Llao, para los memoriosos (y este es el Museo de la Memoria). La imagen resume décadas de saqueo.

Pero también admite otras lecturas. Si no se repone el referente del billete de un peso ni se traduce "gringo" como "yanqui", la obra en su nuevo contexto de exposición podría remitir a la gesta de la colonización del espacio abierto en la pampa gringa santafesina. El tono cambiará: ya no será trágico sino épico. Pero no hay nada que celebrar ante la persiana baja representada en otra de las pinturas.

La crónica de Andrea Fernández se basa en los relatos orales que recopiló para Monte (2015), proyecto comunitario de investigación en Santa Lucía, Tucumán, con el apoyo del grupo de investigación Foco en el monte. "Yo digo que la gente pobre ha sufrido más", expresa uno de los entrevistados, recordando la dictadura. La represión se ensañó con los trabajadores rurales de los cañaverales donde el silencio en torno a los desaparecidos se nutría del mito del Perro Familiar, un demonio al servicio de los terratenientes que se lleva a la gente en medio de la noche, y que ella recuerda como un miedo aprendido de su infancia.

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