Diario El Ciudadano , Domingo 01 de Abril de 2012

Los medios y la dictadura

Los periodistas y escritores Eduardo Blaustein y Andrew Graham-Yooll estuvieron en Rosario para disertar acerca del comportamiento de la prensa gráfica durante el último golpe cívico-militar.

Andrew Graham Yooll y Eduardo Blaustein

Por Guillermo Griecco

Repasar el papel de la prensa escrita en los años de plomo siempre invita a reflexionar acerca del relato mediático, su impacto en la sociedad y la capacidad de instalar agenda política. Los periodistas Eduardo Blaustein y Andrew Graham-Yooll estuvieron en Rosario y pusieron la lupa sobre los medios de comunicación en tiempos de dictadura. En una disertación en el anfiteatro del Museo de la Memoria, los escritores contaron experiencias personales y pasaron revista a las distintas publicaciones gráficas de época, muchas aún con presencia en los kioscos. El rol de la prensa en el “proceso militar” iniciado en 1976 fue el disparador de la charla, que estuvo encauzada bajo clima de redacción. La forma de titular de los principales diarios, de presentar la noticia, de contar, de ocultar, de mentir, de seleccionar las fotos, de editorializar, de posicionarse según los propios intereses económicos, el lenguaje utilizado, cómo decir sin decir nada, la complicidad, la censura, la resistencia de plumas valientes: algunos tópicos que sobrevolaron la conferencia organizada en conjunto por el Museo y el Sindicato de Prensa.

Blaustein investigó el comportamiento de los medios antes y después del golpe. “Es sorprendente la vigencia del modus operandi de algunos medios y periodistas respecto de lo que hicieron en la dictadura”, dijo, y alertó sobre los riesgos de la simplificación. “En general, el comportamiento de la prensa fue repugnante y doloroso. Lo interesante es acercar la lupa y ahí uno se encuentra con distintas actitudes frente al apoyo a la dictadura: según el medio, el periodista y la relación con sus lectores. Una cosa era Crónica y su público popular y otra la revista Gente con su superficialidad. El diario La Nación tuvo cierta soltura política, consciente de su propio poder. Entre las contorciones espantosas en las que caían la mayoría de los medios, La Nación trataba de simular los retorcimientos. Otra cosa era Clarín, un diario opaco, aburrido, hermético, aunque sin embargo en los últimos años de la dictadura hizo algunos avances interesantes”.

En su exposición, Graham-Yooll narró vivencias personales cuando era secretario de redacción del diario escrito en inglés Buenos Aires Herald, publicación que casi en soledad informaba sobre asesinatos y desapariciones perpetradas por la dictadura. “Buenos Aires Herald ocupó ese espacio porque sí, diríamos de manera accidental, no fue heroísmo. Nuestra idea primordial, como liberales, era «no se mata, no se asesina». En los primeros tiempos después del golpe nos sentimos un poco solos. Venían familiares de desaparecidos a la redacción y nosotros nos arreglábamos para publicar estos temas, muchas veces mediante habeas corpus”, sostuvo y resaltó el compromiso profesional de su compañero, director del Herald, Robert Cox.

Las columnas políticas en dictadura despertaban especial atención por parte de los represores. “Hubo periodistas que dejaron el laburo y cuando les decían que escriban o editorialicen a favor de los militares se negaban. Sin caer en la de escrachador serial, quiero decir que determinados columnistas que siguen vigentes, como Mariano Grondona, Joaquín Morales Solá, Chiche Gelblung, tienen responsabilidades para no dejar de mencionar, pero no hay que caer en el facilismo de destrozarlos para regocijo”, consideró Blaustein.

“Antes del golpe, los medios palparon el clima de degradación política y cultural que se vivía, en medio de la violencia, con cadáveres tirados de los Falcon y con mucha angustia en la gente. El rol de los medios fue exacerbar ese clima. Ante el miedo comunista, según esos propios medios, llegaba la unidad de la Patria, el orden. Una operación cultural que acompañó la irrupción de los militares”, dijo Blaustein.

Recordó un título de tapa con tipografía impactante del diario La Razón –cooptado en aquel momento por el Batallón de Informaciones 601– un día antes del golpe: “Es inminente el final, ya todo está dicho”. Para Blaustein, era “un implícito que circulaba por las calles. En esa última semana el diario había instalado un discurso en tapa que alertaba sobre la llegada del golpe. La primera portada de Clarín fueron las principales medidas de la Junta Militar. Es interesante cómo Clarín reflejaba esas noticias sin decir el qué, el quién y el por qué”.

Blaustein reflexionó: “Algunos comportamientos estructurales de los medios en dictadura fueron robustecer los consensos a favor del golpe y, una vez producido el golpe, legitimarlo, naturalizarlo con un lenguaje militarizado, conservador y ocultista. La mayoría de los medios tergiversaba, mentía y manipulaba información. Con distintos recursos retóricos, complacían a plateas de enanos fascistas. Cuando llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979, los medios denunciaron la llamada «campaña antiargentina gestada en el exterior», con el famoso ejemplo de la revista Para Ti. El semanario Somos había puesto en tapa a un señor vestido de extranjero con una lupa sobre un argentino pequeño, y el título era: ¿Qué vienen a hacer estos señores acá?”.

“Se inventaban notas, sobre todo en Clarín, escritas por servicios de informaciones donde un supuesto periodista iba a un espacio de rehabilitación de terroristas y guerrilleros arrepentidos. Hay que resaltar el nivel de brutalidad de esas operaciones. La Nación publicaba supuestos enfrentamientos con un título común que arrancaba con «Abatiéronse… ». Los diarios eran aburridos, pesados, todo parecía como congelado, recién cobraban vida en las secciones de información general, espectáculos o deportes”, indicó Blaustein. “La revista Gente iba de la frivolidad a la severidad, del catolicismo ortodoxo a la bikini. Editorial Perfil era mucho más chica que ahora. En la guerra de Malvinas sacó una revista que se llamaba Tal Cual, que ponía a Margaret Tatcher con colmillos de drácula sólo para vender. Como ahora, la editorial iba de una supuesta rigurosidad periodística a lo más berreta”, añadió.

Para Blaustein, dos excepciones interesantes fueron el diario Buenos Aires Herald y el trabajo periodístico de Rodolfo Walsh. “Además de su capacidad y pasión periodística, Walsh era militante montonero, es decir, era más esperable su resistencia a la dictadura. Yo rescato más la figura de Cox (director del Herald). Con su ética y su valentía profesional, y como un liberal auténtico que no toleraba las violaciones a los derechos humanos, Cox resolvió publicar lo que los demás querían ocultar”.

Dos gigantografías con nombres y rostros de los más de cien periodistas desaparecidos durante el terrorismo de Estado colgaban de una de las paredes del anfiteatro del Museo de la Memoria. En un castellano con acento británico, Andrew Graham-Yooll recordó la tristeza que le despertaba cada noticia de un colega desaparecido y los cierres de los diarios. “Lo que hicimos en el Herald lo hicimos sin querer. Estábamos a favor de la vida, eso era lo más importante, la cuestión humanitaria. La información había dejado de existir y pasaban cosas terribles. Recuerdo que en 1975 armé una lista con los 1.500 asesinatos de la Triple A. Creo que a veces no éramos concientes de los riesgos que corríamos”, dijo el ex redactor del diario porteño escrito en inglés.

"Empezamos a buscar desaparecidos, muchas veces a partir de denuncias o de anuncios fúnebres”, recordó Graham-Yooll. “La noche que desapareció (el escritor) Haroldo Conti nadie quería publicar nada. Le pedí a la hermana que sacara un habeas corpus para poder publicarlo. Pero como no llegamos a sacarlo sentíamos que teníamos que publicar igual. Entonces escribí la nota sobre la desaparición de Haroldo. Llamé a las autoridades militares pero no me atendieron, como quedó reflejado en la nota. Para mí eso es periodismo lícito”.

Con el correr de los días las presiones fueron aumentando para el Herald. “Un día vino a vernos un capitán del Ejército y nos dio un papelito donde decía que sin autorización estaba prohibido publicar información sobre detenciones, muertes o desapariciones. Esa misma noche nos quedamos con Cox hasta tarde, comiendo paté y tomando coñac. Nos sentamos a la mesa para debatir qué hacíamos. Nos reclamaban desde la rotativa el cierre de la última página. Al otro día publicamos que la Junta había prohibido toda información sobre desaparecidos”, recapituló Graham-Yooll.

“El habeas corpus era una buena manera para poder publicar noticias sobre desaparecidos. Nadie quería publicar la desaparición de escritores, periodistas y poetas, muchas veces con el argumento de que eran de izquierda. Una madre vino llorando un día porque le había secuestrado a su hija. Me trajo todos los datos y escribimos el habeas corpus en la redacción. Cuando lo llevó al tribunal le dije que le haga un bollito para que no reconozcan que había salido de mi Olivetti. En aquellos primeros años de la dictadura habremos redactado unos 300 habeas corpus”, rememoró.

Robert Cox, director del Herald durante la dictadura, fue homenajeado por las Madres de Plaza de Mayo. “Los militares lo presionaban y él con valentía seguía publicando sobre los desaparecidos. En aquel momento, nuestros lectores, provenientes de empresas familiares, de comerciantes, nos preguntaban por qué publicábamos esas cosas. «Ustedes son comunistas, pero igual compro el diario por los avisos fúnebres», nos decían algunos lectores y yo les respondía: «Gracias igual por pagar mi sueldo, vaya con Dios». Los lectores querían abandonar el diario porque consideraban que se había convertido en una basura. Con el paso del tiempo, nos volvieron a asumir otra vez como diario de cabecera”, relató Graham-Yooll, y remató: “Una cosa es tener miedo, y otra distinta es ser cobarde”.

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