Diario La Capital - Señales, Domingo 08 de Abril de 2012

Palabras contra el silencio

En Rosario. Graham-Yooll participó en un panel sobre prensa y dictadura, en el Museo de la Memoria.

 

Por Osvaldo Aguirre

Andrew Graham-Yooll está a punto de irse de Rosario. La noche anterior participó con Eduardo Blaustein en un panel sobre el rol de la prensa durante la dictadura, en el Museo de la Memoria, y ahora desayuna en el hotel donde se alojó. Pero no muestra el menor apuro, está dispuesto a tomarse el tiempo necesario para recordar una vez más una historia de la que habla por experiencia propia, como redactor que fue del Buenos Aires Herald, en los años más difíciles, y como autor de un libro insoslayable, Memoria del miedo. "¿Va a hacer fotografías o a tomar un café?", le dice al fotógrafo.

Nacido en Buenos Aires en 1944, hijo de padre escocés y de madre inglesa, Graham-Yooll tiene una extensa trayectoria como periodista y escritor. Y también como traductor.: acaba de publicar Poesía argentina para el siglo XXI, una antología bilingüe que reúne textos de más de sesenta escritores. Además del Buenos Aires Herald, fue redactor en The Daily Telegraph y en The Guardian y dirigió las revistas South (1985-88), e Index on Censorship (1989-1993), en Londres. Entre 1994, de regreso en Buenos Aires, fue director del Herald y colaboró en La Nación y Pagina 12. Actualmente es ombudsman en Perfil.

—La experiencia del Buenos Aires Herald durante la dictadura siempre está actualizándose. ¿Cuál es tu recuerdo?

—El Herald era un diario de colectividad, metido en sus cosas. Pero desde sus comienzos, en 1876, siempre hizo comentarios sobre la actualidad nacional y tuvo una actuación bastante respetable durante el primer peronismo. Los viejos contaban que ya entonces se podían leer en el Herald los artículos que no se podían leer en otra parte. La dictadura fue su época de gloria, y se dio accidentalmente. No hubo ninguna decisión formal, de decir "hoy hacemos oposición, hoy hacemos crítica del gobierno, nos vamos al enfrentamiento con el gobierno militar". Las cosas no suceden a propósito. Un medio puede tener una posición, pero meterse en un lío es accidental; nadie arriesga a una empresa. Hay que aclararlo: el Herald estaba con el golpe, como lo estaba de una forma o de otra el 95 por ciento del país, aunque ahora nadie lo quiera reconocer, como casi nadie reconozca que votó a Menem o votó a Cristina. Hasta los Montoneros estaban con el golpe, porque tenían en claro al enemigo. Muy pocos vieron lo que se venía, excepto cierta clase social, porque fue la que maquinó el golpe. Esa noche en que salió el helicóptero de Casa Rosada, pareció que una nube negra, un gran silencio, descendía sobre la ciudad. Y a las 48 horas empezaron a llegar las noticias.

—¿Cuáles fueron las primeras noticias, cómo llegaban a la redacción?

—Alguien nos contó que habían tirado de un edificio a un dirigente peronista. Los militares dijeron que allanaron la casa y que intentó fugarse por un balcón. Después me llama una mujer que había sido amiga de mi padre, diciendo que estaban torturando al yerno en la posta naval de Zárate. Robert Cox, el director del Herald, me dice: "bueno, si esta mujer era amiga de tu padre vamos a verla, que nos cuente la historia, si podemos hilar algo en este silencio". Así empezamos.

—¿Cuándo ingresaste en el Herald?

—En el 66, a los 22 años. Yo quería aprender a escribir. Ya estaba Cox, pero él recién pasa a ser director en el 69, cuando una empresa norteamericana compra el diario y el viejo director se jubila. Graham Greene decía que era necesaria la experiencia periodística para escribir y entonces fue de redactor-editor en el Times; de subeditor, como se dice en inglés, el que se encarga de limpiar la redacción de los otros. Entonces todos los reporteros te odian, porque les hacés mierda las notas. Para mí fue una experiencia fabulosa; todavía estoy enseñando lo que aprendí. Después me fui a Inglaterra, o me fueron, y estuve durante siete años en el diario The Guardian.

—¿Al regresar al país, en 1982, por la guerra de Malvinas, tuviste otra vez la experiencia del miedo de la dictadura?

—Para un angloargentino como yo la guerra era como que mis padres se divorciaran. Yo pertenezco a dos culturas, nací con dos pasaportes. Desde mi niñez me preguntaban en el pueblo: "Che inglés, si Argentina e Inglaterra van a la guerra, ¿de qué lado vas a estar?". Yo me enojaba: "pero no sean infelices". Y de repente eso había sucedido. Yo volvía a la Argentina como corresponsal del Guardian, un diario que me cobijaba y que me enviaba con la vieja advertencia de que no gastara mucho dinero y que no cayera en cana (risas). Había una situación de tremenda mezcla, se me partía el mundo y ahí empecé a escribir con una tremenda intensidad sobre mi niñez, sobre lo que significaba ser angloargentino. Yo lo escribía para mí mientras hacía las notas sobre la guerra. Eran recuerdos de mi padre, de los británicos en Argentina, de los ferrocarriles antes de que los nacionalizaran. Entonces les dije a los del Guardian: "aprovecho el telex, mando esto; ustedes ténganlo, algún día haré algo". No era como tenerlo en un archivo digital, que consultás en cualquier parte, eran papeles. Y en el diario empezaron a publicarlo. Eran notas muy personales, recuerdos de cómo eran las chicas en el colegio, cuando estaba enamoradísimo de una inglesita llamada Alice. Y de Montevideo, donde viví de adolescente. Un carguero, el Darwin, venía de Puerto Stanley a Montevideo una vez por mes trayendo enfermos para el Hospital Británico y llevando provisiones a las Malvinas. Yo tenía la experiencia de cómo era vivir con los malvineros. Cosa que mi padre había tenido en Río Negro, cuando él llegó a la Argentina en 1928; entonces los malvineros se cruzaban de las islas al territorio.

—¿Cuál es tu reacción ante el sentimiento antibritánico que con frecuencia expresa la sociedad argentina?

—La animosidad antibritánica tiene fecha. Así como Santa Claus tiene Navidad, en Argentina hay una semana en que nos toca odiar a los británicos. Durante la guerra hubo mucho miedo en la colectividad; presentían que cambiaba para siempre una forma de vida, de clase media para arriba. La colectividad se reunía en el Club Inglés para mostrarle la ciudad a los periodistas británicos, que vieran lo maravilloso que era ,"y ustedes transmitan esto a Inglaterra". Yo hice una colección de todas las declaraciones públicas, de la mutual de la colectividad, de la cámara de comercio inglesa; le mandaban cartas a la reina y a Thatcher diciéndoles "saben lo bien que hemos estado en este país, hemos comerciado durante generaciones, hemos llevado una vida pacífica, y en vez de ir a la guerra debe buscarse otra solución". Para Inglaterra eran unos excéntricos olvidados en el tiempo. En esos textos yo veía casi la réplica de lo que habían escrito los ingleses en 1845, durante el bloqueo anglo francés, en la época de Rosas.

—¿Qué opinás sobre la declaración de diecisiete intelectuales y periodistas a favor de la autodeterminación de los kelpers?

—Están en lo correcto en manifestarse. No sabemos cómo va a ser la negociación que algún día, cuando tengamos bisnietos con bigotes, pueda llegar a un acuerdo de gobierno tripartito, de transición, de dos banderas. Los diecisiete están expresando una situación que es: rompamos con los clichés de siempre. Hay 3 mil personas que están en las Malvinas, tienen asentamientos que establecen derechos, simplemente por estar. Un siglo y medio lo permite. Entonces hay que respetar esa situación. Creo que los nietos de Cristina podrán ver la negociación para llegar a una situación en que las Malvinas sean argentinas; me parece razonable pensar en esos términos. Ahora no lo va a conseguir, porque hay mil muertos y el peso político de los muertos es tremendo. En una negociación de Malvinas no se pueden separar ni los isleños, ni el medio ambiente, ni la historia desde 1833 ni los acuerdos que funcionaron, como el que logró Arturo Illia en 1964, cuando logró que las Naciones Unidas invitara a las dos partes a dialogar sobre la descolonización.

—A 36 años del último golpe, ¿qué permanece de la dictadura?

—Lo que queda de la dictadura es la economía. El programa de Adalbert Krieger Vasena, durante el gobierno de Onganía, que heredan Martínez de Hoz y Menem y que todavía no hemos despejado. Kirchner fue menemista tanto más que cualquiera, un poco como Tony Blair, en Inglaterra, que fue el mejor alumno de Margaret Thatcher; el primer ministro laborista terminó siendo mejor sucesor de Thatcher que los propios conservadores. Todavía tenemos muy presente a la dictadura en la economía.

Un archivo on line

El sitio de Andrew Graham-Yooll ofrece un archivo prácticamente completo de su trabajo como periodista y escritor. Pueden consultarse sus referencias bibliográficas, desde Tiempo de tragedia. Argentina 1966-71, libro que publicó en 1972, hasta Goodbye Buenos Aires, novela que salió con el sello Eland Books en Londres, el año pasado. Además se encuentra la lista de los artículos que publicó entre 1966 y 2008 en diarios y revistas de Argentina, Inglaterra y Colombia, y una selección de imágenes. Mientras se pasa de una ventana a otra, es posible leer una serie de definiciones que condensan las ideas de Graham-Yooll sobre el periodismo:

* Nunca tuve militancia política, pero sí militancia periodística.

* El periodismo no es una profesión, es un oficio.

* Mientras que en Europa la guerra “hace” periodistas, en América latina un periodista se consagra por denuncias de corrupción.

* Convertir al periodismo en sacerdocio me parece una huevada.

* El periodismo me ha dado el mundo: por exilio, por trabajo y por elección.

(www.andrewgraham-yooll.com.ar)

 

Una selección de poesía argentina, en inglés

Una cena hace más de diez años, y la decisión de publicar una nueva colección de poetas argentinos en inglés. Un libro que retomara el antecedente de la gran antología de William Shand (1971), que convocó a un centenar de poetas argentinso. Así comenzó la historia de Poesía argentina para el siglo XXI, una antología preparada por Andrew Graham-Yooll, con la colaboración de Daniel Samoilovich, que reúne textos en castellano e inglés de sesenta y seis poetas.

  El recorrido se abre con Macedonio Fernández (1874-1952) y cierra con Verónica Viola Fisher (1974). La selección ofrece tanto nombres consagrados de la poesía argentina —Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Juan L. Ortiz, Juan Gelman— como autores del interior del país (y de Buenos Aires) olvidados o poco difundidos. Entre estos pueden mencionarse los casos del mendocino Jorge Enrique Ramponi (1906-1977), del porteño Alberto Vanasco (1925-1993), nombre fundamental en la década del 60, y de Jorge Enrique Martí, nacido en Rosario en 1926 y residente en Colón, Entre Ríos. La poesía santafesina se halla notablemente representada, con la inclusión de Aldo Oliva, Hugo Padeletti, Marilyn Contardi, Concepción Bertone, Martín Prieto, Edgardo Dobry, D. G. Helder y Beatriz Vignoli, entre otros escritores.

   “En la preparación de esta antología —advierte en el prólogo Graham-Yooll— campearon prejuicios personales, opiniones diversas y finalmente decisiones individuales, como en cualquier selección. Al recorrer ese camino se logran muchas nuevas amistades y seguramente se harán muchos más enemigos”, dice.

   No obstante, si bien es cierto que lo primero que salta a la vista en una antología es lo que queda afuera, en este caso resulta inmediatamente visible la amplitud de la muestra tanto en sentido generacional como estético. En Poesía argentina... conviven poetas tan disímiles como Arnaldo Calveyra y Francisco Urondo, Alberto Girri y Ricardo Zelarayán, Jorge Fondebrider y Silvio Mattoni. Como respaldo de la edición, Graham-Yooll cita un fragmento del prólogo de Samoilovich a otra antología, Poesía argentina del siglo XX, publicada por la cancillería en ocasión de la Feria de Frankfurt (2010): “Mi vocación es compartir mi entusiasmo por lo que leo (o lo que me recomiendan leer), y no la de un juez que determina qué vale y qué no vale. No puedo imaginarme este trabajo sino como un resultado provisional, como una parte de otros trabajos que se han hecho o que habrán de hacerse, corrigiendo ausencias o ampliando el espectro de la selección”.

  Una traducción implica la posibilidad de multiplicar las lecturas. Entre las más inmediatas, podría mencionarse el extrañamiento que produce sobre el original. Basta recordar, por ejemplo, algunos versos del poema “Fábula de barrio”, de Aldo Oliva: “Un hombre joven, (EL PIANTAO/ lo llamaban en el barrio),/ matarife en un pulcro frigorífico del sur,/ cayó en el hábito de soñar). Y leer la traducción de Graham-Yooll: “A young man (the NUTCASE/ they called him on the street/ butcher in a neat slaughterhouse on the south side,/ fell into the habit of dreaming”.

 

ANTOLOGÍA

Poesía argentina para el siglo XXI

de Andrew Graham-Yooll. Ediciones Continente, Buenos Aires, 2011, 457 páginas,$ 69.

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