Diario La Capital - Suplemento Señales, Domingo 27 de Mayo de 2012

Tatuadas para resistir

Un libro propone un conjunto de fotografías y textos que ofrece distintas miradas sobre las historias grabadas en la piel de las mujeres que habitan la cárcel de Rosario.

Una de las notables fotografías, en este caso de Matías Sarlo, que ofrece el libro Tinta libre.

Por Lisy Smiles

Ellas están ahí, a unos pocos metros de la nueva ciudad que se levanta en Puerto Norte. Tan cerca y tan lejos. Son las habitantes de la Unidad de Recuperación de Mujeres Nº 5, la cárcel de mujeres. En Thedy 375 bis viven mujeres condenadas y también procesadas que esperan condena. Tras una pequeña puerta en el inicio de esa edificación antigua un laberinto de escaleras guía hasta las habitaciones y patios enrejados. "Resulta que todas las sociedades ocultan ciertos conflictos valiéndose del sistema penal, porque no saben, no pueden o no quieren resolverlos", dijo alguna vez Eugenio Zaffaroni. Quizás por eso, por lo del silencio y la poca visibilidad, integrantes de la organización colectiva Las Juanas pidieron en 2008 a las autoridades penitenciarias iniciar actividades en esa cárcel. Durante cuatro años, una vez por semana, se realizó un taller. Parte de ese trabajo es hoy Tinta libre, un libro que busca sacar del encierro las marcas, a través de fotos y textos enfocados en los tatuajes.

Gabriela Sosa, integrante de Las Juanas, recuerda que la organización surgió como fruto del proceso de lucha y organización de los sectores populares donde la presencia femenina fue protagonista. El momento histórico de ese nacimiento se encuentra en la historia reciente, en los despiadados años 90 y en la crisis de 2001. Lograr la generación de espacios barriales para la búsqueda de alternativas colectivas a situaciones de injusticia, para difundir y fortalecer los derechos de las mujeres se convirtieron en las motivaciones que impulsaron el surgimiento de espacios como Las Juanas, hoy estrechamente ligado a Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá) también promotora del proyecto en la Unidad Nº5.

"Pasadas todas las puertas y rejas nos encontramos con las chicas. A primera vista confirmamos algo que no es novedad, y que es coincidente con el resto de las cárceles del país: la población proviene de villas y barrios humildes. Las presas son mujeres pobres, con experiencias similares a aquellas que conocimos en nuestros primeros pasos. Quizás por esto, pronto nos sentimos cerca. Son mujeres que, en su mayoría, transgredieron las leyes establecidas porque un día se cansaron de soportar el maltrato, que no contaron con opciones para sostener solas a sus hijos e hijas", explica Sosa en uno de los textos que integra Tinta libre.

Imágenes paganas

Señales, palabras y dibujos delineados con elementos caseros en la piel de las mujeres presas en la Unidad Nº 5 llamaron la atención a las integrantes de Las Juanas. ¿Qué expresaban esas marcas en el cuerpo? ¿Qué contaban? ¿Por qué aparecían, mutaban y se reproducían en ese encierro?", fueron algunas de la preguntas que motivaron el proyecto Tinta libre. Desde esas incógnitas fue convocado el fotógrafo Héctor Rio quien, a su vez, reunió a un grupo de colegas para retratar esas historias escritas en la piel.

Así, todas las semanas, de junio a diciembre de 2010, Rio, Andrés Macera, Celina Mutti Lovera, Francisco Guillén, Gabriela Muzzio, Matías Sarlo, Mónica Fessel, Paulina Scheitlin, Sebastián Suárez Meccia y Silvina Salinas dialogaron a través de sus cámaras con las habitantes de la cárcel, las vieron, leyeron sus marcas.

"Casi desde el principio la idea fue armar un libro y una muestra, lo primero fue la muestra, en diciembre de 2010 en el patio del penal, en donde después de mucho tiempo se juntaron las internas de las dos plantas, que por lo general no tienen contacto", recuerda Rio en diálogo con Señales. Luego llegó la posibilidad del libro en el que además de las fotos se publican textos que analizan la problemática de las cárceles de mujeres y la cuestión del tatuaje.

Sosa cuenta que a medida que avanzaban los talleres pudieron ver que "el cuerpo funcionaba como un tapiz, como un diario de todas las injusticias pasadas, de una vida con ausencia de muchos derechos". Y eso llevó al grupo a preguntarse qué proponía la institución carcelaria para la particularidad femenina. A partir de eso surgió el libro".

Las imágenes publicadas en el libro tienen distintos tonos. Son miradas sobre esos cuerpos y dan cuenta de un trabajo realizado en conjunto por el grupo de fotógrafos y fotógrafas y por todas y cada una de las mujeres de la Unidad 5 que aceptaron dar visibilidad a sus marcas.

Según opina Rio, las fotos "tienen un valor documental importantísimo, más allá de lo meramente fotográfico, porque al ser un trabajo colectivo, con todo lo que representa juntarse para «hacer», cuenta con diferentes miradas, y esto es clave para comprender mejor este trabajo. Y ver publicado este libro es una manera de hacer visible la realidad de la cárcel aunque las fotos solo muestren pequeñas porciones de cuerpos".

El cuerpo en el encierro carcelario es la única propiedad sobre la cual una persona castigada no debe desprenderse al ingresar a un penal. Es también, en muchos y lamentables casos, objeto de torturas y abusos, es la marca de la ausencia de caricias, de otros cuerpos.

Esa propiedad absolutamente individual se transforma en la presencia de una ausencia cuando sobre él se escribe un nombre o se dibuja un objeto deseado o extrañado. Ese deseo inalcanzable es sólo lejanía, salvo en la piel, en la propia piel. Por eso se tatúan. Y esa marca, decidida y no impuesta, es respuesta también a otras marcas. Es una manera de resistir.

Ellas se tatúan solas. "Si afuera el mundo aparecía como pensado por y para hombres, adentro la situación se exacerba. El hombre tiene contempladas las visitas sanitarias, la mujer no (...). En la cárcel de varones se recibe la visita de tatuadores profesionales, en la de mujeres, no", señala Elida Moreyra, en uno de los textos del libro.

La integrante del Centro de Estudios en Antropologia Visual (Ceavi) advierte también sobre una contradicción en el mismo acto de tatuarse. Es una marca para no olvidar pero que desea ser olvidada cuando se piensa en la libertad.

"La posibilidad de cambiarlo, reformarlo, ocultarlo bajo otro tatuaje, comienza a pensarse en el momento mismo de hechura del original, que ya es palimpsesto antes de ser ocultado bajo el siguiente", dice. Moreyra.

Por eso el dolor se soporta más, y cuando ellas se tatúan aceptan ese dolor. Esa marca es necesaria pero busca ser olvidada desde el mismo momento en que existe, ese juego de estar en lugar de lo que ya no está es también un significado en suspenso, es la esperanza de la libertad.

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