Diario digital Marcha, Lunes 14 de Enero de 2013

Arte y memoria en Rosario

La muestra permanente del Museo de la Memoria apela a la participación activa del usuario de la obra de arte para representar el horror Terrorismo de Estado. Se convocó a destacados artistas locales.

Mapping sobre el frente del Museo de la Memoria

Por Ariel Hendler*, desde Rosario.

El hecho de que el sitio donde funcionó la sede del II Cuerpo del Ejército haya sido reconvertido en el Museo de la Memoria de Rosario es a la vez una paradoja y una muestra tangible de los cambios culturales ocurridos en la Argentina en las últimas décadas. Fue desde este palacete céntrico que Leopoldo Galtieri, su comandante en los primeros años de la dictadura, planeó y ejecutó la represión ilegal de una vasta zona del país que incluye a todo el Noreste y algunas provincias más. Pero desde hace dos años (se inauguró en diciembre de 2010) es un espacio que combina arte, cultura y memoria, gracias a una iniciativa de los mismos familiares y los organismos de derechos humanos locales por la que se luchó a través varias gestiones provinciales y municipales.

El proyecto museístico elaborado por Rubén Chababo –actual director por concurso del Museo- y Viviana Nardoni –subdirectora-, tiene la virtud principal de haber convocado a una serie de destacados artistas rosarinos para que intervinieran el espacio con sus obras, y el cuidado de evitar los vicios del encasillamiento y la literalidad excesiva. De hecho, las instalaciones que integran la muestra permanente responden al desafío de mixturar contemporaneidad con compromiso social, apelando -como muchos otros memoriales construidos en el mundo en las últimas décadas- a la interacción, el movimiento y goce activo de la obra de arte como motor de la memoria. Chababo explica que a través del arte se busca no sólo testimoniar los hechos de la última dictadura argentina, sino “trascender hacia una dimensión universal”.

Todo esto queda claro con la imponente Memora, un artefacto de madera realizado por Dante Taparelli, mezcla de imprenta de Gutemberg y guillotina, que saca provecho de la doble altura del salón principal. El corazón de esta obra es una larga cinta sin fin de papel amarillento que se desliza cuando el espectador-usuario hace girar una pesada manivela, para lo cual es preciso subirse antes a una tarima: un ritual que evoca al de los condenados a muerte. Así se pueden leer breves relatos de matanzas y violaciones a los derechos humanos ocurridas en América Latina a lo largo de más de cinco siglos de historia, escritos en una caligrafía que remeda a las viejas Actas de Indias. “La Memora evoca la muerte, la punición, pero también el refugio de la escritura y imprenta, donde la voz de los vencidos se resguarda como legado para las generaciones futuras”, explica Taparelli.

La dimensión poco explorada de la convivencia del horror durante los años del Proceso se puede palpar de Lectores, instalación diseñada por Federico Fernández Salaffia y Lucrecia Moras. Allí, lo que parece una agradable sala de lectura deviene en un curioso camino de obstáculos a causa de de carnets de lector que cuelgan desde el techo con finas tanzas y que es preciso apartar con las manos. Cada uno pertenece a un detenido-desaparecido con su foto y su nombre: testimonios de una pasión bibliófila. Sobre los pupitres se apoyan libros diseñados especialmente, con textos alusivos a la temática de los derechos humanos. Uno de ellos contiene la Carta Abierta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh escrita en braille, aunque ningún cartel lo anuncia: sus usuarios no videntes no lo necesitan, y los demás agradecen el gesto sutil de discreción.

El jardín de invierno con forma semicircular del edificio fue aprovechado para homenajear a las rondas de las Madres de Plaza de Mayo con Ronda-La Ardiente Paciencia, de Daniel García. Los pañuelos blancos pintados en el suelo -al modo de indicaciones de tránsito en el asfalto- y un audio con las voces de las Madres de Rosario invitan a alargar la caminata, que de otra forma podría ser muy breve. La literalidad de esta obra tiene su contrapeso en la mucho más ambigua Entre Nosotros, de Graciela Sacco, que en el envés de la galería semicircular ideó un “bosque de miradas” con decenas de pares de ojos sobreimpresos en espejos y paneles de acrílico que interrogan al visitante con sus miradas inertes. “Hay ojos que no son humanos, sino de animales: nos hablan de la lábil frontera que separa al humano de las bestias en tiempos de barbarie”, explica Chababo.

En otros sectores del museo, a veces sin que medie separación espacial, se pueden ver y escuchar en pantallas testimonios de ex militantes; apreciar un gran mapa mural interactivo de la provincia de Santa Fe con todos sus centros clandestinos de detención, o una esmerada maqueta del chupadero que funcionó en el vecino Servicio de Informaciones de la Jefatura de Policía provincial, realizada por el Area de Derechos Humanos de la Facultad de Arquitectura de la UNR. En el jardín se alzan los Pilares de la Memoria, un conjunto de diez columnas ubicadas en el jardín, diseñadas y construidas por Martín Gatto a partir de una idea de Taparelli, que contienen los nombres de las víctimas del terrorismo de Estado en relieve y giran al roce de la palma de la mano. “Palmas que acarician, que cuidan, que protegen”, explica el director.

Por último, una suerte de pequeño patio andaluz alberga la instalación Encuentros, del artista y fotógrafo Norberto Puzzolo, dedicada a los hijos de desaparecidos arrebatados a sus familias biológicas. Presidido por una foto mural que muestra a una multitud de chicos esfumados sobre un paisaje, y con fondo sonoro de una voz tomando lista y otras que contestan “presente” o “ausente”, según el caso, en este espacio se pone en juego la lucha por la reconstrucción de las familias. En dos paredes opuestas se exhiben fotos de desaparecidos según el modelo del árbol genealógico: en una de ellas, las familias incompletas cuyos hijos aún no fueron localizados, y en la otra, las familias con sus hijos recuperados. “La idea es que, cada vez que se identifique a uno nuevo, la foto de su familia pase a la pared de enfrente ”, explica el autor.

Aunque su nombre no sea demasiado conocido, Puzzolo fue en 1968 uno de los mentores de la legendaria muestra multimedia Tucumán arde, y recuerda que aquel manifiesto vanguardista y político, que marcó una época en la historia del arte contemporáneo nacional, se exhibió por primera vez en la filial local de la combativa CGT de los Argentinos que, curiosamente, estaba ubicada en el edificio vecino al Museo: unos pocos pasos que separan una inmensidad de memoria. Cabe esperar que la muestra permanente del Museo de la Memoria, otro valioso aporte rosarino a la cultura argentina, también pueda trascender los límites de la ciudad.

* Periodista. Porteño. Este año cumple medio siglo de vida. Es autor de La guerrilla invisible: Historia de las FAL (2010) y coautor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo (2012).

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