Política Plus, Lunes 25 de Marzo de 2013

Por una memoria solidaria

Palabras del director del Museo de la Memoria, Rubén Chababo, con motivo de los actos conmemorativos a 37 años del último golpe de Estado.

Rubén Chababo - Director del Museo de la Memoria

Estamos hoy aquí para conmemorar un nuevo aniversario del 24 de marzo de 1976, una fecha que definió un antes y un después en la historia republicana de nuestro país. Un aniversario que a diferencia de los anteriores coincide con los 30 años de recuperación democrática, una conquista política de todos los argentinos que allá por 1983 supimos alcanzar entre todos.

Treinta y siete años del último gobierno militar y tres décadas ininterrumpidas de vida democrática merecen sin lugar a dudas un balance, una mirada en perspectiva que nos permita pensar no solo en lo mucho que hemos logrado sino también lo mucho que aún nos resta por alcanzar.

Este 2013 nos encuentra en un país que ha sabido rechazar sin ambajes la impunidad, con una justicia que ha logrado arbitrar los mecanismos para hacer posible que los responsables de delitos de lesa humanidad comparezcan por sus crímenes, con una sociedad civil que, más allá de las diferencias ideológicas, coincide en su gran mayoría en su rechazo a cualquier forma de gobierno de facto. No es poco si lo comparamos con décadas anteriores en las que la vida institucional estaba amenazada continuamente por la sombra del militarismo.

Una mirada en perspectiva obliga a decir que aún la vocación autoritaria no ha sido desterrada del pensamiento ni de la conducta de quienes siguen imaginando que la resolución de los conflictos solo puede dirimirse con más violencia. Y tampoco hemos desterrado la indiferencia como patrón de conducta, una indiferencia que vuelve natural lo que debería ser extraordinario, no otra cosa que la pobreza, la exclusión y la marginalidad que siguen formando parte de nuestro paisaje social, ecoonómico y cultural.

Una mirada en perspectiva merece que digamos que a pesar de lo conquistado, que a pesar de los triunfos del campo democrático, queda mucho por hacer. La realidad argentina no se ha desprendido del todo de la violencia desplegada por los agentes del Estado ni tampoco de la impunidad, algo que conocen en carne propia miles de ciudadanos y en especial, y en sus propias biografías, las anónimas madres del dolor, aquellas que siguen peregrinando en busca de justicia por la muerte absurda de sus hijos.

Recordar la dictadura no debería nunca reducirse a un mero ritual evocativo de aquello que nos fue arrebatado por la violencia estatal, sino por el contrario, debiera transformarse en un acto de aprendizaje que, extrayendo enseñanzas de lo más oscuro de nuestro pasado nos enseñe a mirar sin ambigüedades el presente en el que se debaten nuestras vidas.

La memoria de la dictadura corre el riesgo de volverse estéril si queda reducida a la nostalgia por lo perdido, y puede en cambio transformarse en algo revolucionario si a partir de ese recuerdo actuamos en relación a los dilemas del presente. En el corazón de esa catástrofe que padecimos estuvo el desprecio por la vida y los valores esenciales de la convivencia, la sospecha sobre cualquier forma de solidaridad y la destrucción de los principios elementales que hacen a la vida en común. Eso lo sabemos, se trata de preguntarnos qué hacer con ese saber y cómo transmitirlo con un lenguaje nuevo a las nuevas generaciones. Porque las palabras se desgastan y pierden sus sentidos originales si no las cuidamos o no le damos desde este hoy, un nuevo significado.

La dictadura ha quedado atrás y se aleja de nosotros año tras año. Debiéramos entender que el verdadero desafío que nos impone su recuerdo no es otro que empeñarnos no solo en hacer imposible su retorno sino en hacer resplandecer los valores que ella intentó clausurar por la fuerza. De allí que evocar la dictadura debiera ser una invitación constante a comprometernos por expandir el imperio de la justicia y el de la justa distribución de la riqueza. Porque no es justo ni el hambre, ni la exclusión ni el maltrato de uno solo de nuestros semejantes y porque debemos volver, con urgencia, solidaria nuestra memoria.

Hacemos que nuestra memoria sea solidaria cuando pensando en los humillados de ayer reconocemos el reclamo en los ojos de los humillados del presente. Hacemos solidaria nuestra memoria cuando damos un salto tendiendo los puentes que nos permiten entender que no podemos desconocer ni el dolor ni la acechanza de nuestros semejantes, hacemos solidaria nuestra memoria cuando el recuerdo de las prisiones oscuras del pasado nos guían en el reconocimiento y la denuncia de las que hoy aún subsisten, en el corazón del sistema democrático, reñidas sus condiciones con cualquier principio humanitario. Hacemos solidaria nuestra memoria cuando denunciamos que no es posible que se siga asesinando a los más jóvenes, pobres en su mayoría, habitantes de los márgenes de nuestras ciudades,- hijos de las villas, de las favelas, de las poblas, de las callampas, de los cantegriles- visualizados como desecho o población superflua. Hasta cuándo habrá de durar eso? Hasta cuando nuestras sociedades latinoamericanas seguirán soportando esa afrenta que da en el corazón de sus dignidades nacionales?

No se trata de equiparar un solo día de la dictadura con esta democracia que hoy gozamos, sino en proponernos no pactar con el acostumbramiento haciendo de la memoria un ejercicio que logre extremar hasta el último de sus límites, nuestra más íntima sensibilidad. Porque de otro modo estamos condenados a quedar petrificados bajo la forma de un monumento o de consignas repetidas que de tan repetidas ya no habrán de significarle nada ni a nosotros ni a las próximas generaciones. Porque ya aprendimos que dictaduras nunca más y porque ahora debemos proponernos ampliar y expandir los márgenes de ese mandato.

Si la memoria se vuelve algo intocable y sagrado, si no se la interpela, es lo más parecido al olvido. Ser memoriosos del pasado no nos hace mejores personas, decir que recordamos no nos transforma en mejores ciudadanos en relación a aquellos que prefieren el olvido. Tener memoria no nos ubica necesariamente del lado de la bondad ni garantiza en absoluto que la barbarie no se repita. La barbarie solo se conjura si sabemos reconocer su rostro detrás de las máscaras y los disfraces con las que ella reaparece en tiempo presente.

Por eso, para que la memoria de lo injusto no se borre, para que el olvido no sea más poderoso que el paso impiadoso del tiempo debiéramos estar dispuestos a compartir nuestra memoria, abriéndola para hacerle lugar en ella, a todos aquellos que hoy, bajo el cielo de este país, en el contorno de este amplio continente, siguen esperando la hora postergada de la justicia. De ese modo llegaremos a sentir acaso, que el pasado es algo más que una fecha en el calendario transformando los rituales y las ceremonias en verdaderos actos de compromiso con un presente, este presente, nuestro presente que exige cada día más, lo sabemos, de nuestra solidaridad y de nuestra necesaria presencia.

Link

Ver todas las noticias