El día que volvimos a votar
Página 12 - 30/10/13
El multitudinario cierre de campaña de Raúl Alfonsín en la 9 de Julio y el entonces candidato radical emitiendo su voto el 30 de octubre de 1983.Por Sergio Wischñevsky
Con un clima político impresionante como antesala, la jornada del 30 de octubre de 1983, en la que Raúl Alfonsín fue elegido presidente después de siete años y siete meses de dictadura, marcó un rumbo en muchos sentidos para la historia de la democracia argentina.
Fue la primera vez en sus entonces 37 años de existencia que el peronismo perdió una elección en comicios libres, aunque también fue la primera vez que se presentaba sin su líder, fallecido en 1974. Por otra parte, fue la primera vez desde 1928 que el radicalismo superó el 50 por ciento de los votos a favor. El resultado sorprendió a todos. El mismo Alfonsín, recién electo presidente, confesó que esperaba un triunfo por 5 puntos porcentuales y nunca soñó con obtener el 51,9 por ciento que lo ubicó a 11 puntos de ventaja del Partido Justicialista.
La dictadura, acorralada por su propia impericia, y la resistencia cada vez más activa de sindicatos, organismos de derechos humanos y movimientos populares, quedó en una situación insostenible a partir de la derrota en la guerra de Malvinas y propició el 1º de julio de 1982 el camino hacia una salida electoral. La crisis económica y social era de las más agudas que se habían conocido. El 18 de agosto de 1983 se lanzó la campaña electoral y un mes después la Junta Militar decretó la ley de pacificación nacional, una amnistía para todos los crímenes cometidos entre el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1983. El candidato justicialista, Italo Argentino Luder, declaró que respetaría esa ley, el radical anunció que la vetaría. Los perfiles de ambos candidatos se dibujaban con claridad. Luder fue el firmante del decreto de aniquilamiento a la subversión cuando le tocó ser presidente interino en 1975. Alfonsín fue miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y durante la guerra de Malvinas alzó su voz en contra.
La sociedad argentina de 1983 era distinta de la que el golpe de Estado de 1976 privó de la posibilidad de expresarse. Cinco millones de nuevos votantes y una experiencia traumática hicieron sintonía con el candidato que con un enorme carisma recitaba en actos, cada vez más populosos, el preámbulo de la Constitución. Y poco a poco toda la UCR se avino a disciplinarse con él y su estilo novedoso, como un profesional equipo de asesores de campaña conducidos por David Ratto. Como señala el sociólogo Gabriel Vommaro, una de las características del nuevo electorado es la aparición del votante independiente, ése que no tiene identidades fijas de por vida, que fluctúa. Eso generó un fin de las certidumbres y ese vacío lo vinieron a llenar las encuestas. El indeciso pasó a ser una realidad mensurable y Alfonsín se lanzó a conquistarlo: “Ya no habrá sectas de nenes de papá, ni de adivinos ni de uniformados, ni de matones para decirnos qué tenemos que hacer con la patria... no hay dos pueblos, hay dos dirigencias, dos posibilidades. Pero que nadie se equivoque: hay un solo pueblo” y coqueteaba con los peronistas: “Hoy muchos peronistas, sin renunciar a su condición, nos van a votar a nosotros”. El peronismo, en cambio, actuó como antaño, apelando a la identidad histórica, acusando al candidato opositor de ser el representante de Coca-Cola. Con una lógica verticalista, pero con demasiados caciques. Apostando a consolidar la propia base. Con eso siempre había alcanzado. Ya no fue suficiente.
Se llegó a las elecciones sin un claro favorito. Las encuestas no eran tan comunes como en la actualidad y la competencia se establecía en otros rubros, otras guerras de números. La afiliación conoció cifras absolutamente asombrosas: el PJ 2.795.000 y la UCR 1.400.000 afiliados. Los actos de campaña congregaban verdaderas muchedumbres y los medios comparaban cuánto había llevado cada candidato. Los actos de cierre constituyeron acontecimientos en sí mismos. El 26 de octubre la UCR y el 28 el PJ convocaron en la avenida 9 de Julio, frente al Obelisco, más de un millón de personas cada uno. Cifra impensable para las campañas actuales que alternan entre actos modestos y caminatas entre desprevenidos vecinos.
Como un dique que se levanta ante una enorme presión, el hambre de participación política se respiraba en las calles, en las esquinas se discutía política, historia, ejemplos internacionales, filosofía. En los medios de comunicación afloraban los debates, la censura aflojó y se oyeron por fin las voces que las generaciones más jóvenes no habían podido conocer. Los artistas le cantaban al pueblo y a la democracia. El ángel de la historia sobrevolaba y parecía que todo volvía a ser posible. Los partidos políticos salieron a la luz del día y abrieron locales partidarios por doquier. En las canchas, en los boliches, en las marchas se cantaba “Paredón paredón, a todos los milicos que vendieron la nación”.
Las fórmulas
Doce fórmulas presidenciables se presentaron a competir aquel 30 de octubre. Las más destacadas fueron la Lista 3, UCR con el binomio Alfonsín-Víctor Martínez; la Lista 2, del Partido Justicialista con Luder-Deolindo Felipe Bi-ttel y las candidaturas, entre otros, de Oscar Alende, Alvaro Alsogaray, Rogelio Frigerio y Jorge Abelardo Ramos. Como curiosidad, señalemos que el más joven de aquellos candidatos a presidente, Luis Zamora, por la lista 13 del MAS, es el único que también se presentó como candidato 30 años después en estas legislativas.
Casi 18 millones de argentinos estaban aptos para votar. Los padrones se actualizaron hasta 6 meses antes, por lo que muchos que tenían 18 años cumplidos no pudieron participar. Hoy los que votan son 30 millones. La reforma constitucional de 1994 generó que muchas prácticas electorales hayan caído en desuso. Se debían cubrir 14.512 cargos electivos, entre ellos 254 diputados y 46 senadores. En rigor, la Constitución que regía entonces establecía que el voto a presidente era indirecto, se votaba a 600 grandes electores que debían reunirse y decidir quién ganó; salvo que alguno de los candidatos obtuviera la mayoría absoluta, que fue lo que finalmente ocurrió al obtener Alfonsín 318 electores.
La jornada fue tranquila, sólo unos pequeños incidentes. Como de costumbre, se televisaron los momentos en que los candidatos votaban. Pero el escrutinio fue lento. Los datos llegaban con cuentagotas y los bunker del PJ y la UCR proclamaban la victoria. Una algarabía desbordante se instaló en el comité de la UCR, donde los primeros datos oficiales empezaban a darle una leve ventaja. Desde el PJ se argumentó que se estaban ocultando los datos del conurbano y que se quería instalar la idea de un empate técnico para influir sobre el Colegio Electoral. Afirmaron que un aluvión de votos del conurbano se estaba demorando. De hecho, el candidato a gobernador por el PJ de la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, estuvo toda la jornada, hasta bien avanzada la noche, propalando un mensaje triunfalista. Pero como consigna Oscar Raúl Cardozo en un artículo del día siguiente; a las 23.30 la resistencia a aceptar la realidad comenzó a derrumbarse. Los cómputos oficiales marcaban la firme tendencia del veredicto popular. Desde el comando central justicialista se intentó infructuosamente obtener las cifras bonaerenses con el anhelado aluvión.
La soledad de Luder a esas horas era escalofriante. Sólo Saúl Ubaldini, secretario general de la CGT; Antonio Cafiero, antiguo rival de Luder en la puja interna; Miguel Unamuno y Julio Bárbaro, diputados electos por la Capital Federal, cumplieron con la elemental solidaridad de acompañar a quien hasta esa noche había sido proclamado y sostenido como el “candidato del consenso y la unidad del peronismo”.
Uno de los fenómenos más peculiares de las elecciones fue que el partido derrotado a nivel nacional triunfó en el provincial y logró el control de la Cámara de Senadores. El PJ se impuso en 12 provincias. La UCR en 8.
Carlos Menem, desde La Rioja, fue electo nuevamente gobernador y declaró: “Dimos un paso atrás”. El justicialismo empezó a ver en el sindicalismo encabezado por el legendario líder metalúrgico Lorenzo Miguel el rostro de la derrota. En el Chaco, el PJ les ganó a los radicales de Luis León por sólo el uno por ciento de los votos. La victoria en Tierra del Fuego le otorgó a la UCR dos diputados, pero en esa época todavía el territorio no tenía representantes en la Cámara alta. En Corrientes, Neuquén y San Juan se impusieron partidos locales.
Los miembros de la Junta Militar y el entonces presidente de facto Reynaldo Bignone decidieron adelantar la entrega del mando, que en un principio estaba previsto para el 30 de enero de 1984 y se acordó con el presidente electo que fuera el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Uno de los hechos a resaltar es el levantamiento del estado de sitio 48 horas antes de los comicios, por lo que se deduce que toda la campaña se desarrolló bajo su tutela. Para ser exactos, digamos que esta ley represiva rigió prácticamente por más de una década ininterrumpidamente.
Por eso es que la revalorización de la democracia y los derechos humanos estaban presentes en ese nuevo tiempo histórico. Y esto era inédito en la tradición política argentina, en la que se rechazaba de diversas maneras la formalidad democrática en nombre de otros principios trascendentes, como la justicia social, el socialismo, el orden o la modernización y el progreso. Desde entonces, en estos 30 años se eligieron representantes en 16 ocasiones, con gran regularidad. Se concurrió a las urnas algunas veces más si tomamos en cuenta las PASO, plebiscitos y la reforma constitucional. Se votaron cinco presidentes distintos y dos de ellos fueron reelectos. El marco político de la democracia representativa no se discutió entonces, no se discute ahora. Todo lo demás sí se discute. Inclusive la posibilidad de ir hacia una democracia más inclusiva e igualitaria que retome en su seno principios trascendentes. Pero que tanto se discuta, es su marca de vitalidad.