Un mes en el infierno
La Patota fue a buscar a la novia José Reydó a su casa y se lo llevaron a él. Por haber vivido apremios sabe lo que significa aguantarse sin hablar. "Los que cuestionan al compañero que cantó no tienen idea de lo que es la tortura", dijo.
José Francisco Reydó se abraza con Manuel Fernández, un ex compañero de militancia.Rosario|12 Por Sonia Tessa
José Francisco Reydó fue secuestrado el 14 de octubre de 1976 en su casa, en Balcarce 712. Su ex esposa, Alicia, estaba ayer entre el público que fue a escuchar su testimonio en la causa Díaz Bessone. Entonces era su novia. Ella les abrió la puerta, pero los represores no la reconocieron. Se lo llevaron a él. Por ella le preguntaron esa madrugada, y durante los 32 días que duró la tortura. Los dos eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, y él se enorgullece porque Alicia jamás cayó. Cuando Francisco lo cuenta, se le llenan los ojos de lágrimas, igual que cuando recuerda a Eduardo Lauss, una de las víctimas de la masacre de Los Surgentes. Francisco pudo ver a Lauss y a José "Ciruja" Oyarzabal en el Servicio de Informaciones, en el sector llamado La Favela. Los tres eran estudiantes de Derecho. Lauss y Oyarzábal fueron sacados del SI para la masacre de la localidad cordobesa.
Reydó estuvo desaparecido hasta el 17 de noviembre, cuando lo pasaron a la enfermería de la Alcaidía de Jefatura, donde recibió el respeto de los presos comunes. Un día, en enero de 1977, lo llevaron sólo por unas horas de nuevo al SI, antes de trasladarlo a Coronda. En el SI vio a Juana Bettanín y María Inés Luchetti, madre y esposa del que fuera diputado nacional de La Tendencia, Leonardo Bettanín, asesinado en Rosario el 2 de enero de 1977. Juana, de 54 años, le contó que había sido torturada y violada. "Me puse loco cuando supe toda esta cuestión", relató a Rosario/12. Reydó les pidió ayer a los jueces que tomen las agresiones sexuales como delito de lesa humanidad.
De los torturadores, mencionó a José Rubén "El Ciego" Lofiego, Mario Alfredo Marcote y Raúl Guzmán Alfaro. Pero también se refirió a los compañeros de cautiverio. "Tuve la suerte, la bendición de haber estado al lado de compañeros como Gustavo Pícolo, que es mi amigo del alma y el Cabezón (Carlos) Pérez Rizzo, que me dieron una fortaleza enorme, enorme", contó ayer, al tiempo que afirmó haberse preparado para tolerar la tortura. Así, simuló ataques de epilepsia que le permitieron evitar la tortura por un par de días. "Que Alicia no haya caído nunca para mí es una bendición, un triunfo enorme", afirmó Reydó.
Por haber vivido la tortura sabe lo que significa aguantarse sin hablar. "Los que cuestionan al compañero que cantó no tienen idea de lo que es la tortura. Ninguno de nosotros va a criticar a aquellos compañeros que han dicho algo, han cantado una cita, un control o una casa. Sí decimos de aquellos que cantaron, torturaron y salieron a marcar compañeros, a esos no los vamos a perdonar nunca", dijo Reydó en abierta alusión a Ricardo Miguel Chomicky, uno de los acusado en esta causa.
A Lauss y Oyarzábal los vio en La Favela también. El 17 de octubre de 1976, la patota los sacó del centro clandestino de detención junto a Sergio Jalil, Daniel Barjacoba, Cristina Costanzo, Cristina Márquez y Analía Murgiondo. Los mataron cerca de Los Surgentes, en Córdoba. "No fui testigo del momento en que los llevan, pero sí estuve con el Ciruja y Eduardo en La Favela. Eduardo no me dijo nada, solamente me puso la mano en el hombro y esa mano en el hombro era amor, comprensión, compañerismo, ternura, solidaridad. No hacía falta que hablara. Y me destrozó", rememoró Reydó con los ojos húmedos. También dijo que Sergio Jalil fue para él "un gran referente" desde los tiempos en que compartieron la escuela secundaria en la Dante Alighieri. "Lo que vi de ellos en el momento que estuve en La Favela fue una entrega de amor que nunca te vas a olvidar", dijo ayer.
Reydó fue trasladado a Coronda, donde las condiciones de detención estaban pensadas para aniquilar la subjetividad de los militantes. Pero resistieron. "Nosotros teníamos un compromiso ante el resto de los compañeros, un comportamiento que seguíamos al pie de la letra y una resistencia a este plan sistemático de destrucción del ser humano", expresó Reydó, quien dio un ejemplo de esa organización. El 12 de abril de 1979 le avisaron que lo liberarían. El tenía un espejo de un centímetro por un centímetro que escondía en su boca, entre las encías. Era el que usaba para las guardias en las que debía vigilar que no llegara ningún guardiacárcel mientras los presos conversaban. Cuando lo llamaron para la revisación previa a la libertad, decide tragar el dispositivo realizado con papel de aluminio. Pero la salida se demora unos días. A Reydó le tocaba hacer la guardia, con ese espejito que había ingerido. "Lo defequé, lo busqué y lo encontré, lo lavé y volví a ponerlo en la boca, para poder cumplir con mi guardia", contó el testigo en la sala de audiencias el testigo.
La vida en Coronda era dura. No podían hablar ni siquiera en los recreos, pero igual lo hacían. No tenían permitida la lectura de libros ni diarios. Se las ingeniaban. "Teníamos seguridad montada porque no nos podían agarrar dando clases, que era lo que hacíamos de lunes a viernes, o contándonos películas para recreación, una actividad de los sábados y domingos. Todos los días, a las 20, teníamos el noticiero con las novedades que traían nuestros familiares", relató sobre la forma de sortear las restricciones de la cárcel.
Cuando lo liberaron, en 1979, un militar lo amenazó con matarlo si se quedaba en Rosario y Francisco decidió ir a vivir a Buenos Aires. El jueves siguiente comenzó a participar en las rondas de las Madres de Plaza de Mayo.