El general y el coronel, de la casa a la cárcel
Hubo dos prisiones perpetuas y penas de entre 18 y 22 años y medio. Se ordenó investigar las violaciones y los delitos de índole sexual. El principal acusado murió en junio.
Los siete represores condenados –dos militares y cinco penitenciarios– por los crímenes cometidos en el centro El Vesubio. Imagen: Leandro TeysseireDiario Página|12 - 15/07/2011
Por Victoria Ginzberg
El general Héctor Humberto Gamen y el coronel Hugo Idelbrando Pascarelli llegaron al tribunal desde sus casas, caminando como cualquier vecino. Estaban acusados de más de veinte homicidios y cerca de un centenar de secuestros y torturas. Se sentaron en dos sillas de la sala de audiencias y vieron entrar a los cinco ex miembros del Servicio Penitenciario que también estaban siendo juzgados por los crímenes cometidos en el centro clandestino El Vesubio. Ellos fueron traídos esposados desde la cárcel de Villa Devoto, donde están presos. Al finalizar la audiencia, la situación se emparejó, todos fueron condenados y todos quedaron detenidos. Los dos militares recibieron perpetua. Los otros cinco represores, penas de entre 18 y 22 años y seis meses.
Los siete represores fueron condenados por unanimidad por el Tribunal Oral Federal 4, integrado por Leopoldo Bruglia, José Gorini y Pablo Bertuzzi. Durante un año y medio los magistrados escucharon a los testigos relatar cómo los mantuvieron encapuchados y esposados, cómo los ataban a una camilla y les aplicaban picana en todo el cuerpo, cómo el resto de los secuestrados escuchaba las quejas de los que estaban siendo torturados, cómo violaban a las mujeres, cómo se llevaban a las embarazadas y se quedaban con sus hijos. “Creo que durante todo este tiempo los jueces se fueron convenciendo, se fueron conectando con lo que había pasado, quedó claro que esto no es un discurso político”, dijo Alejandra Naftal, sobreviviente de El Vesubio, cuando terminó la audiencia.
La mayoría de los condenados siguieron la lectura del fallo sin inmutarse, apenas una subida de cejas o un rascarse la cara demostraban que no eran estatuas. Un par, más movedizo, sacó una birome del bolsillo del saco para tomar nota cuando le llegó el turno. El tribunal cuidó que todas las víctimas fueran mencionadas. Así, se escucharon los nombres del dibujante Héctor Oesterheld, el cineasta Raymundo Gleyzer, la joven alemana Elizabeth Kasseman, el niño Pablo Miguez (tenía 14 años) y la enfermera Generosa Fratassi, que fue secuestrada por ayudar a la familia de una desaparecida que dio a luz en el Hospital de Quilmes. Y de Laura Feldman, Ana María Di Salvo, Luis Gemetro, Diego Guagnini, Elena Alfaro, Susana Reyes, Rosa Taranto, Teresa Trotta, Roberto Castelli, Jorge Watts, Elías Semán y otro centenar de personas. En total, en el juicio se juzgaron 156 hechos de secuestros y tormentos cometidos entre abril de 1976 y septiembre de 1978 (75 personas siguen desaparecidas) y 22 homicidios, entre los que están las víctimas de un fusilamiento ocurrido en Monte Grande en mayo de 1977. Se estima que por El Vesubio pasaron más de 1500 detenidos desaparecidos, en su mayoría militantes de Montoneros y Vanguardia Comunista. Al menos 16 secuestradas estaban embarazadas.
El Vesubio, donde también fue visto el escritor Haroldo Conti, funcionó en un predio del Servicio Penitenciario Federal en la intersección de Camino de Cintura y la Autopista Riccheri. Se sospecha que empezó a ser demolido a fines de 1978, a causa de la visita que haría poco después al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Estaba bajo dependencia operacional de la Brigada de Infantería Mecanizada X, de Palermo, que estaba subordinada al Primer Cuerpo del Ejército que encabezaba Carlos Guillermo Suárez Mason.
El jefe máximo del centro clandestino fue el represor Pedro Alberto Durán Sáenz. Apodado “Delta”, el coronel murió el 6 de junio pasado, mientras se realizaba el juicio. Su fallecimiento fue lamentado ayer por varios familiares de las víctimas que hubiesen deseado que pasara al menos algunos días preso, ya que gozaba del beneficio de esperar la sentencia en libertad. Durán Sáenz participó personalmente de los tormentos a los detenidos y especialmente de las violaciones. Elena Alfaro declaró que lo sufrió en carne propia, cuando estaba embarazada de cuatro meses y medio. “Que se lo coman los gusanos”, dijo María, de HIJOS, en el escenario montado sobre la avenida Comodoro Py para festejar las condenas. Desde allí, Jorge Watts recordó otra muerte, en los antípodas, que también se produjo durante el transcurso del juicio: la de la sobreviviente de El Vesubio Ana María Di Salvo.
El fiscal Félix Crous y el abogado del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) Rodrigo Borda salieron satisfechos de la sala. Coincidieron en resaltar la condena a perpetua de Pascarelli, que fue jefe de área, el hecho de que el tribunal ordenara que se investigue a los guardias del Servicio Penitenciario por los homicidios por los que fueron condenados los militares y que también dispusiera la apertura de una pesquisa por las violaciones y otros delitos de índole sexual que fueron denunciados durante las audiencias, pero por los que no habían sido específicamente acusados estos siete represores. Además, como los familiares de las víctimas y sobrevivientes presentes en la sala y el subsecretario de Derechos Humanos, Luis Alén, destacaron el hecho de que se dispusiera la “inmediata detención” de Gamen y Pascarelli, que a pesar de que eran los que más graves acusaciones cargaban, estaban libres. “Fueron 35 años de espera. Hubo épocas en las que no se podía hablar. Nosotros esperamos, soñamos y sobre todo recordamos, tratamos de no olvidarnos ningún detalle, porque sabíamos que el juicio iba a llegar. Hoy están presentes todos nuestros compañeros. Eso es lo que le da sentido a la justicia”, dijo Susana Reyes, otra sobreviviente y testigo.
Durante la audiencia, en el primer piso, junto con los periodistas, se ubicaron los familiares de los acusados. Un grupo bastante homogéneo de “gente bien”, como salido de un cacerolazo recoleto a favor de “el campo”. Luego de que terminara la lectura del fallo, mientras en la planta baja había abrazos y caras de satisfacción, se escuchó desde la bandeja superior un “viva la patria”, con voz marcial. Abajo se entonó el “como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar” y se gritó “30 mil compañeros detenidos desaparecidos presentes”. Y hubo aplausos. Después, sobre el escenario, Verónica Castelli, cuyos padres desaparecidos fueron vistos en El Vesubio, le contestó a aquel vozarrón. “Hablo con el corazón en la mano y a carne viva. Es difícil decir que uno está contento. Pero estamos conformes y de pie para seguir. Nos les regalemos la palabra. Hoy mi madre cumpliría 61 años, sólo la dejaron vivir 27. Ella, mi papá y sus compañeros dejaron todo para construir una patria para todos, una patria por la que tenemos que seguir luchando. Esa es la patria.”