Pozo de Vargas: identifican a tres militantes que estaban desaparecidos
Infojus Noticias - 20/08/2015
La justicia tucumana ya identificó los restos de 43 personas
Eduardo Bulacio, María Celestina González Gallo y Teresa Mercedes Guerrero habían sido secuestrados entre abril y septiembre de 1976. El Equipo Argentino de Antropología Forense pudieron determinar que los habían enterrado en Pozo de Vargas, una fosa común de 40 metros de profundidad y tres de diámetro. Sus historias de vida y de militancia.
La justicia federal tucumana anunció el 3 de agosto pasado -aunque trascendió recién hoy- que Eduardo Bulacio, María Celestina González Gallo y Teresa Mercedes Guerrero, quienes estaban desaparecidos, estaban enterrados de manera clandestina en el Pozo de Vargas, una fosa común de 40 metros de profundidad y tres de diámetro a 60 cuadras de la Casita de Tucumán. Allí la justicia federal ya identificó a 43 desaparecidos.
El 26 de julio, al juzgado federal de Fernando Luis Poviña llegaron nuevos resultados de las pericias genéticas que está haciendo el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) después de exhumar restos óseos del Pozo, en tándem con arqueólogos de la Universidad de Tucumán.
Hasta ayer el epitafio de Bulacio eran un par de frases de una página de internet. “Tenía 26 años. Estaba casado. Fue secuestrado de su trabajo en San Miguel de Tucumán. No hay testimonio de su paso por un centro clandestino”, decía. Y agregaba un número de libreta de enrolamiento, uno de legajo Conadep y otro de declaración.
Aunque tuvieron los mismos verdugos y sus cadáveres sin nombre fueron arrojados al mismo sitio, María Celestina, Teresa y Eduardo no se conocían. El primero en caer secuestrado fue Bulacio, el 9 de abril de 1976. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Lo sacaron de su trabajo en Cosquín Avícola. Ese mismo día, un rato después, se llevaron de su casa en Yerba Buena a su esposa Liliana Colombetti, que también está desaparecida. Se habían mudado un tiempo atrás desde Córdoba y habían vivido dos años en Colombia. Hasta hoy, no se sabía más nada de Eduardo.
De María Celestina González, “Tina”, durante mucho tiempo tampoco se supo mucho. Su desaparición era un tema del que no se hablaba mucho en Los Pereyra, departamento de Cruz Alta, donde la secuestraron el 23 de noviembre de 1976. Llegó a decirse que había sido secuestrada por organizaciones guerrilleras. Tina era maestra de escuela primaria, y estudiante de la Facultad de Filosofía Y Letras de la Universidad de Tucumán. Militaba junto a otros integrantes de su familia en el Partido Comunista.
Ese día, como todos los demás, estaba dando clases en la Escuela Nacional N° 225 de ese pueblo tucumano. Al terminar la jornada, se fue al despacho del juez de Paz Crisóstomo Llano, que cada tarde la alcanzaba en su auto hasta la casa, en Empalme Ranchillos. Mientras lo esperaba, seis hombres de civil, que se movían en un Fiat 600 y en un Ami-8, se la llevaron y dejaron a los ocupantes del juzgado encerrados con candado. La llevaron al Arsenal Miguel de Azcuénaga, donde estuvo secuestrada al menos hasta febrero de 1977. En esa época, el sobreviviente Juan Martín la vio con vida por última vez.
A Teresa Mercedes Guerrero la secuestraron junto a su esposo José Horacio Díaz Saravia el 4 de septiembre de 1976. Tenía 25 años y estudiaba Arquitectura en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT. Trabajaba en Construcciones Escolares. Esa madrugada, llegaron a su casa en San Miguel de Tucumán los miembros de la patota, con ropas de civil y armas largas, que dijeron ser de las fuerzas armadas. A ellos y a Eudolina, la empleada doméstica, los sacaron al patio. A Díaz Saravia lo patearon en el piso. Antes de llevarse a la pareja secuestrada, se robaron las cosas de valor y los sueldos de ambos.
A los dos los llevaron al Arsenal Miguel de Azcuénaga. En casas de vecinos quedaron los hijos de la pareja: Amílcar, de 2 años, y María Victoria de uno. En el centro clandestino, donde se quedaron al menos hasta octubre de 1976, varios prisioneros los reconocieron: Nora Alicia Cajal, María Cristina Rodríguez Román de Fiad, Celia Georgina Medina y Osvaldo Humberto Pérez.
Según los testimonios, por el tiempo que llevaban ahí, ellos se movían sin vendas y eran obligados a colaborar en las tareas de mantenimiento del chupadero, como la limpieza, y llevarles la escasa comida al resto de los desaparecidos. Nora Cajal, cuando tuvo que declarar ante la justicia, contó que en la antesala de uno de los “traslados”, los gendarmes que custodiaban el campo de concentración, habían empezado a preparar un lugar para que el matrimonio tuviera la última noche juntos. Tal vez imaginaron en ese momento que iban a matarlos. Sin embargo, ni eso les dejaron: esa misma noche se los llevaron para siempre.
LB/RA
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