La Perla: delitos sexuales y crímenes de Lesa Humanidad
Cosecha Roja - 26/08/2016
Por Florencia Gordillo
En La Perla se juzgaron los delitos sexuales como delitos de Lesa Humanidad. Los actos de violencia sexual, parte del terrorismo de Estado, fueron “tratados como tales” y no subsumidos en la figura penal de “tormentos”. Hubo siete condenas por abuso deshonesto según el artículo 127 primer párrafo del Código Penal s/ley 11.179 –a Mirta Graciela Antón, Carlos Alfredo Yanicelli, Yamil Jabour, Juan Eduardo Molina, Calixto Luis Flores, Alberto Luis Lucero, Raúl Alejandro Contreras– y una absolución por violación agravada según el artículo 119 inc 3 del Código Penal s/ ley 11.179, a Alberto Luis Choux, quien también fue absuelto por abuso deshonesto junto a Eduardo Grandi, Antonio Filiz. Marcelo Luna, Herminio Jesús Antón y Francisco Melfi.
Golpe. Picana. Golpe. Manoseo. Golpe. Violación. Golpe. Delia Galará –ex presa política entre enero de 1976 y abril de 1983– rememora los días detenida en la UP1. “Para mí, ya que me desnudaran era algo terrible, el manoseo y la violación, imaginate”.
Era la tarde. O la siesta. Delia prefiere no recordar el día que llegó una patota del Comando Libertadores de América a su casa. Había sol y la claridad resistió largas horas porque era verano. Tenía 19 años. Vivía con la suegra y el esposo –llevaban veinte días de casados–, él no estaba porque hacía el servicio militar obligatorio. Conversaba con las vecinas en la vereda cuando vio varios autos en la esquina: supo que iban por ella. Vendada y atada, viajó en el suelo de la parte trasera del auto, con los pies de un hombre sobre su espalda. Ahí comenzaron los golpes.
Estuvo diez días detenida en la D2 y después la llevaron a la Unidad Penitenciaria 1. En noviembre del 76 la trasladaron a Campo de la Ribera donde pasó otros 20 días. Era un lugar de derivación donde decidían si trasladaban a los detenidos a La Perla, los incorporaban al circuito legal de cárceles o los liberaban. Calculan que 4500 personas pasaron por Campo de la Ribera, que fue inaugurado en diciembre de 1975 como un campo de exterminio y desde marzo de 1976 –cuando apareció La Perla, el centro clandestino más grande de la provincia– funcionó como centro de detención. Todavía conserva unos piletones donde torturaban gente y los ganchos sobre la pared donde colgaban a los detenidos; en los alrededores hay marcas de balazos. En la sentencia quedó acreditado para el Tribunal que el terrorismo de Estado empezó antes del Golpe.
Después de pasar por La Ribera, Delia volvió a la penitenciaría. Siguió la cárcel de Devoto y después Ezeiza. Ya no recuerda cuándo ocurrieron los traslados. Salió con libertad vigilada en abril de 1983 pero no pudo moverse de la ciudad hasta las elecciones de fin de año, aunque el Estado de Sitio había terminado en octubre.
Estar en una celda era como encerrar a cuatro personas en un baño. Siempre había rotación para que entre las mujeres no pudieran vincularse demasiado. “No tenés intimidad porque hacés todo ahí. A veces te cortaban el agua por 4 o 5 días entonces la higiene era terrible. Y hacías las necesidades en un tarro que estaba ahí adentro todo el tiempo. Era la denigración total. Y se complicaba por la menstruación, necesitás protección y no tenés nada”. Delia cuenta a Cosecha Roja cómo era sobrevivir en la cárcel de Devoto mientras maneja su Ford Falcon celeste camino a Tribunales. Cuando baja del auto, abre la puerta de atrás y saca dos banners con las fotos de las víctimas del juicio: todavía hay 39 rostros que no se conocen.
“Todo el proceso hormonal de las mujeres era dramático, la mayoría habíamos sufrido mucho en la primera etapa de la detención, tortura, violación. Los milicos te desnudaban y te toqueteaban”, recuerda Delia. Camina agitada por el cigarrillo y ya antes de llegar a Tribunales se abraza con la gente que conoce. Vestida de negro, contrasta con la blancura de su rostro arrugado.
No podían entrar nada a la cárcel. Fabricaban agujas con los huesos que sobraban de la comida, usaban la tela de alguna remera o de las sábanas y así cosían batitas para los bebés que estaban por nacer. Una vez, un mujer tuvo que mostrarle las tetas a un gendarme para que le crea y le avise a su familia que estaba embarazada. Días después recibió ropa pero ya había perdido el bebé de cinco meses en el mismo tacho donde hacía las necesidades.
En la cárcel de Devoto Delia conoció a Cristina Molas, hoy jubilada y militante en Ex Presos Políticos por la Patria Grande. Para ella, las mujeres se callaron por tantos años porque creían que culpa de ellas: “si vos sufriste una violación, vos tenes una responsabilidad”. Los delitos sexuales cometidos durante la dictadura fueron parte parte del terrorismo de Estado pero también responden a prácticas arraigadas en esa sociedad. “La mujer era un objeto de deseo aun cuando estuviera golpeada, vendada, aislada o sucia”.
Cristina vuelve siempre al mismo recuerdo: en Devoto estaba detenida con una chica de Santa Fe que estuvo en una celda de aislamiento: la torturaron durante días, no podía bañarse ni salir a hacer sus necesidades, vivía en la misma habitación estaban sus heces. “Y apareció Leopoldo Galtieri, que en ese momento era comandante del segundo cuerpo, abrió la puerta y le dijo ‘Yo soy Dios y tengo en mis manos tu vida y tu muerte’, después se desabrochó el pantalón y violó a la chica delante de la soldadesca que lo acompañaba”. Cuando Cristina habla de abusos sostiene la mirada fija y con la mano izquierda se pellizca los cachetes de la cara. La piel es blanca y después del pellizco se forma con lentitud una mancha roja. El cuerpo es espacio de revelaciones.
Cristina llegó a Devoto en 1977, cuando había mil presas políticas. Antes estuvo detenida en la UP1 de Córdoba. La celda era chica y dormía sola en un camastro que sobresalía de la pared gris. Había una ventana pequeña con barrotes raquíticos, aunque hiciera esfuerzo no podía ver afuera porque estaba a la altura del techo. La puerta con abertura al medio de 20 x 20 daba al pasillo. Militaba en la Juventud Universitaria Peronista, fue detenida a los 23 y recuperó la libertad cuando tenía casi 30. Pasó por Río Cuarto, la cárcel de Córdoba y después Devoto.
“Recién cuando salí tuve conciencia de lo que no podíamos hacer: yo me paraba frente a la puerta y esperaba que alguien abriera, que alguien prendiera la luz, no podía decidir qué cosas comprar porque no sabía el valor de la plata”, recuerda.
Cuando la liberaron, era un día hermoso y ningún familiar la pudo ir a buscar. “Entonces me quedé mirando el cielo y me di cuenta que era inmenso, que no era el pedacito que a veces veíamos por la ventana. Me hacía daño tanto color y tanta luz”, cuenta a Cosecha Roja sentada en la librería de su amigo donde el blanco encandila y puede hablar del horror delante de la gente que entra y sale.
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Hasta 1999 la violencia sexual representaba un delito contra la honestidad, después contra la integridad sexual contemplada en el artículo 119 del Código Penal y la ley 26.485, sancionada para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. “A mí me costó mucho entender a los delitos sexuales como hecho individualizado, siempre consideré que eran parte de esa maquinaria de violencia que estaba implícita en nuestra época, cuando el Estado no te protegía como ahora. Después entendí cómo para la sociedad es importante. Es para que se entienda que la violencia sexual no es algo más sino toda una sociedad que impone determinadas normas que uno las tiene que ir sacando de la naturalización”, cuenta Delia en la sala de prensa de Tribunales. El sol hace que su pelo se vuelva más rubio. Escucha la sentencia desde un costado y cuando el juez lee la condena número 15 para Luciano Benjamín Menéndez sostiene la mirada en el televisor y sonríe con delicadeza hacia el costado.
Tardó años en formar pareja otra vez. Tuvo una hija a la que la crió sola, y cuando dice sola remarca la palabra y se escucha valentía aunque nunca la pronuncie. A los 59 años es investigadora en el Campo de la Ribera, hoy convertido en espacio de la memoria. “Entré al área de investigación en el 2011 pero ya venía trabajando desde antes, aportando lo que podía porque estos juicios se arman entre todos. Es armar un rompecabezas en equipo, cada uno aporta una pieza”, dice Delia.
En la sentencia de la Megacausa La Perla se juzgó el abuso a Graciela Di Rienzo que en el juicio señaló con el dedo a la mayoría de los imputados de la policía: Contreras, Filiz, Choux, Antón Rocha. Algunos fueron absueltos. Además, hay otra causa en primera instancia a cargo de la Fiscal Graciela López de Filoñuk que reúne los delitos sexuales de las víctimas que decidieron denunciar. Individualizar cada hecho permitirá conocer cómo operaron las relaciones de poder desde la perspectiva de género entre los genocidas. Todavía muchas mujeres no pudieron denunciar.
Foto: Colectivo Manifiesto