Testimonio: Causa Guerrieri III
26/02/17 - Agencia Sin Cerco
“Es peor que el tormento físico, el ataque a la condición de mujer”
Por Irene Correa
El juicio por delitos de lesa humanidad conocido como “Guerrieri III” continúa con las audiencias orales y públicas. El miércoles pasado, en relación a la desaparición de Guillermo White, declararon María Rosa White -su hermana- y Emma Stella Maris Bruna -su compañera al momento de su desaparición-. Esta última, además, relató su propio secuestro en el centro clandestino de detención -CCD- La Calamita.
Stella
Emma Stella Maris Bruna tiene 66 años. Conoció a Guillermo White en el Liceo Avellaneda, frente al Monumento a la Bandera. En ese momento ella era militante del Partido Comunista y tenía actividad barrial. El 22 de agosto de 1972 llegó al Liceo horrorizada, había sucedido la masacre de Trelew. Indignada, se paró en el mástil que estaba en el medio del patio y pidió que hicieran un minuto de silencio y que nadie entrara a clase. “Escuché que alguien dice ‘sos la mujer de mi vida’. Empezamos a salir un tiempo después, en octubre de 1972”, contó visiblemente emocionada.
Todo el testimonio de Stella fue absolutamente intenso y conmovedor. En más de una ocasión, las lágrimas le dificultaron continuar su relato. El horror más absoluto, pero también el amor más sincero llenaron la sala con cada una de sus palabras. Cuarenta años después, Guillermo sigue presente en ella. La sala acompañó a Stella en un respetuoso silencio, solamente interrumpido por la emoción del público.
Stella recordó a Guillermo: “Era una persona muy alegre, con una risa que le iluminaba la cara y le salía de adentro. Generoso, todo lo hacía a fondo, nada a medias, sin tapujos, sin tabúes. Era fácil la construcción de una relación porque no jugaba a nada que no fuera construir”. Stella venía de una familia obrera, era hija única y su padre había muerto cuando tenía un año, su única familia era su madre. “Guillermo no venía de una familia con dinero pero sí con apellidos. No podía creer que se enamorara de mí, que me estuviera sucediendo eso y que me amara de esa manera. Sentía orgullo de que viniera de la clase obrera, él no era sólo teoría, no era un intelectual, se fue a trabajar al frigorífico Swift como obrero”, agregó y explicó que la familia de Guillermo era diferente, tenía primos y tíos. “Me regaló esa familia, estaba orgulloso de que yo formara parte. Me entristece que no haya podido conocer a todos esos sobrinos luchadores y hermosísimas personas”.
Hace cuarenta años, Stella fue secuestrada en la casa de su madre en barrio Belgrano, cerca del 19 de febrero. “Por eso, además es tan doloroso -testimoniar- porque las fechas coinciden”, comentó. Días antes, el 10 de febrero, su esposo Guillermo White Saint Giron fue desaparecido en Santa Fe junto a su primo político -Emilio Osvaldo Feresín- compañero de María Eugenia Saint Giron, en una cita que tenían en el bar Schneider. María Eugenia dio a luz al día siguiente y permaneció secuestrada junto a su bebé que estuvo con ella en la Unidad Penal 6 de Paraná, durante sus primeros seis meses de vida. El pasado 2 de febrero, comenzó en Santa Fe el juicio por el secuestro, torturas y desaparición de Emilio Feresín.
Guillermo fue a Santa Fe a principios de febrero de 1977. El 12 de ese mes le avisaron a Stella que no había ido a dormir al lugar donde debía haber ido. Inmediatamente Stella fue a contarle a María Rosa Saint Giron -la madre de de Guillermo- y juntas viajaron a la capital provincial en donde recorrieron hospitales y morgues. Unos días despues, María Rosa fue al bar en donde pudo confirmar que se los habían llevado.
Sobre el primer momento de su secuestro, Stella dijo: “Entraron a la madrugada, me encapucharon, me metieron en un auto atada de manos y tobillos. Eran dos hombres y comentaban ‘que ahora hagan habeas corpus por ella’. Lo asocié a un habeas corpus que mi suegra había pedido por su hijo”, Además mencionó que el domicilio de su madre figuraba en un expediente de 1975, ya que había estado presa junto a su esposo y Osvaldo, un compañero. Camino a La Calamita pasaron por otro lugar que Stella creyó que era la casa de los padres de Osvaldo, con el tiempo lo confirmó. “La persona no estaba afortunadamente, este compañero. ‘1 a 0’ dijeron los tipos. Supongo que el uno era yo”, señaló. El camino continuó y por los ruidos reconoció que estaban en la casa de los padres de María Eugenia, en 1° de mayo 1092. “Vuelven y dicen ‘viste la cara de cagazo que tenía la pendeja’. La ‘pendeja’ era la hermana de María Eugenia, siempre pareció más jovencita”, mencionó.
Al llegar a La Calamita, Stella permaneció vendada y atada en un colchón sobre el piso. Al tercer día sus secuestradores fueron a buscarla para interrogarla. En un primer momento la hicieron permanecer de pie durante el interrogatorio, luego sentada y la golpearon muchísimo. Después, ya acostada la desnudaron, le picanearon los senos y la vagina. “Me dijeron que me iban a destruir para que no pudiera tener hijos. Creo que el peor de los tormentos fueron los comentarios que hacían sobre mi cuerpo, si estaba buena y lo que me iban a hacer. El terror de que me violaran. Eso no ocurrió. Ese es el peor de los tormentos, sentir que una es una cosa y pueden hacer lo que quieran. Es peor que el tormento físico, el ataque a la condición de mujer”, refirió.
Durante la tortura Stella se desmayó y luego despertó sobre el colchón. En esa habitación estaba uno de sus secuestradores al que reconoció como “Armando”. “Me dice que él era el que me había salvado. Le pregunté por qué había hecho eso y me dijo que porque le había dado lástima cuando me había visto, o sea que estaba en el momento del interrogatorio. Luego, empezó a decirme que pensó que se había enamorado de mi. Me daba horror y pensé que quería tener información al jugar al bueno”, comentó. Además de este nombre, Stella recuerda haber escuchado que sus secuestradores se llamaban entre ellos como Sebastián, Daniel y Domingo. En etapas previas de este juicio, los testimonios señalaron a Jorge Fariña como Sebastián, a Alberto Pelliza como Armando y a Juan Daniel Amelong como Daniel.
Stella sabe que mientras estuvo en La Calamita hubo otros detenidos. Entre ellos nombró a María, la cocinera, y a dos hombres que eran “chupados” pero que tenían mayor libertad de movimiento dentro del CCD. Con el que llamaban “Tito” nunca habló, pero sí con “Juan”. “Un día me dijo, ‘flaca ¿tu marido se llama Guillermo White? Sí. Me lo describe físicamente y me dice ‘esta acá, ¿querés que le transmita algo? Dije que no porque no sabía quién era”, continuó. Una de las veces que Stella fue al baño -que tenía una puerta que daba a la habitación a donde estaban secuestrados los varones- escuchó la voz de Guillermo. “Estaba jugando a un juego que jugábamos siempre. Se llama el fantasma y consiste en ir agregando una letra. La palabra no puede terminar en una persona, había que arreglárselas para que la palabra continuara porque si no te convertías en fantasma. Guillermo era muy tramposo y lo escuche reírse”, aseguró. Stella trataba de no quedarse mucho tiempo en el baño para que no sospecharan, pero iba muchas veces. “Trataba de pensar cómo comunicarme, pero era peligroso. Para que me escuchara me puse a cantar un pedacito de una canción que yo cantaba siempre”, contó.
Días después del secuestro de Stella, dos mujeres fueron llevadas a La Calamita junto con sus compañeros. Aunque se dijeron sus nombres, durante años Stella no pudo recordarlos. Cuando militaban debían hacer el trabajo contrario a recordar y olvidar nombres, teléfonos y direcciones por si caían. Su memoria se acostumbró a eso. Con el inicio de los juicios y las declaraciones, supo que se trataba de María Amelia González -secuestrada con su compañero Ernesto Traverso, que permanece desaparecido- y de María Luisa Rubinelli -secuestrada con su esposo Aníbal Antonio Mocarbel, también desaparecido-. Las tres mujeres calculaban durante la preparación de la comida cuántos varones había secuestrados, ya que podían ver los jarritos en los que comían. Stella no recuerda la fecha exacta en que les dijeron que las iban a liberar. “Un día Juan viene y me dice ‘flaca me dicen que nos van a trasladar, yo se que nos van a matar’. Me dijo su nombre, nunca pude acordarme. Me preguntó si quería que le diera un mensaje a Guillermo. Le dije sí: a mi me van a liberar, que se quede tranquilo. Se que está acá, voy a salir y lo voy a contar.
Durante la comida, al día siguiente, sólo había tres jarritos”, rememoró visiblemente conmovida.
Las primeras en ser liberadas fueron María Amelia y María Luisa. A Stella la liberaron en Funes, los primeros días de abril. Hasta el último momento pensó que la iban a matar. Muchos años después pudo reconocer a La Calamita como el lugar en que tanto ella como Guillermo estuvieron secuestrados. “Algo que me impresionó muchísimo es que cuando me liberaron yo tenía una ropa que no era con la que había ido, era de alguien que estaba muerto. Tenían botines de los saqueos, hablaban de eso”, remarcó y agregó: “Tuve que empezar todo de nuevo como pude. No tenía trabajo, dónde vivir, no tenía a mi amor, no tenía nada. Después me fui del país en el ’79. Mari -su suegra- fue una gran luchadora, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Siguió presentando habeas corpus”.
“Este tipo de testimonio, por más que sea duro, es sumamente necesario para pedir justicia, para rendir homenaje a los desaparecidos, a los 30.000 desaparecidos, a las Madres de Plaza de Mayo, a las Abuelas, por ese trabajo formidable que han hecho de búsqueda de verdad y justicia. Es una manera de homenajearlos”, expresó Stella sobre el final de su testimonio.
María Rosa
María Rosa White es la hermana mayor de Guillermo. La última vez que lo vio fue en diciembre de 1976. Como había sido su cumpleaños ella le regaló un par de zapatillas celestes. No supo nada más de él. El 12 de febrero se enteró de su desaparición. En ese momento su madre comenzó la búsqueda, la presentación de habeas corpus y a encontrarse con otras madres. María Rosa tenía tres hijos y decidió mudarse a Mendoza. A los dos años, su padre murió sin saber qué paso con Guillermo.
“Yo apuesto a la vida y tengo seis hijos que preguntan dónde está su tío, qué paso. Siempre la respuesta es no sé. Ellos crecen y esto influye en su vida, en su aparato cognitivo, en sus vínculos, sus miedos. Nos convierte en víctimas. El no saber es una tortura psicológica, el no ver al muerto impide hacer el duelo. Seguimos con nuestra vida, avanzamos, tenemos hijos, nietos, pero en un punto ha quedado detenida”, afirmó y agregó que la desaparición es un puro presente.
Sobre su hermano, María Rosa contó que siempre admiró su coraje y sus convicciones. “Se que no mató, que no torturó, que no robó bebés. Sólo infringió una ley 20840 -junto a Stella en 1975-, de la cual fue sobreseído. Está desaparecido”, dijo. Al ser consultada sobre por qué decidió ser querellante respondió: “Por mis hijos, por mis nietos, por mis sobrinos y por los que vendrán”.
La madre de María Rosa y Guillermo falleció en el 2001, al día siguiente de ver por televisión su último 24 de marzo. No alcanzó a ver la apertura de este juicio en el que se juzga a los responsables de la desaparición de su hijo.-