Trelew: «Fue el huevo de la serpiente del terrorismo de Estado»
Masacre de Trelew, hoy se cumplen 40 años del asesinato de 16 dirigentes de Montoneros, FAR y ERP. Luis Ortolani, ex dirigente del PRT-ERP testimonió el 2 de agosto en el juicio. En 1972 negoció la rendición tras la fallida fuga del penal de Rawson.
Luis OrtolaniDiario El Ciudadano - 22/08/2012
Por David Narciso
“A mí me convoca como testigo una abogada del Cels (Centro de Estudios Legales y Sociales). También me llamaron del Ministerio de Justicia de la Nación. Se acordó el 2 de agosto para que yo vaya a Rawson. Tengo que destacar cómo nos atendieron desde el Programa de Protección de Testigos, porque bancaron que fuera mi esposa porque, como soy veterano y con varias enfermedades crónicas, aceptaron que fuera un familiar. Al final allá me acompañó un abogado de la Secretaría de Derechos Humanos que reemplazó a esta abogada del Cels que no pudo llegar el 2 por mal tiempo. Yo viajé el día anterior en un avión de Austral”, explica Luis Ortolani, periodista y ex dirigente del PRT-ERP que el 15 de octubre de 1972, en su condición de “número 26” debió negociar la rendición del penal de Rawson tras el fracaso del plan de fuga que sólo alcanzó a sacar del país a seis líderes guerrilleros, de los 120 que contemplaba el plan, y que derivó en el fusilamiento en la base de la Marina Almirante Zar de 19 que alcanzaron a escapar de la cárcel pero no llegaron al avión.
—¿En un avión de Austral? ¡¿No pudo fugarse en 1972 en el avión de Austral y 40 años después volvió en Austral a declarar en el juicio?!
—Sí, la verdad, son aviones muy lindos y nuevos.
—¿Tuvo alguna duda de ir a declarar?
—No, para mí fue una honra y una satisfacción. Al final del testimonio le dije al juez: “Después de 40 años la historia puso en manos de ustedes juzgar este crimen aberrante que fue el huevo de la serpiente por que fue ahí donde empezó el terrorismo de Estado”.
—¿Ese fue el disparador?
—Fue la primera vez que los militares actuaron con total impunidad. Incluso Lanusse lo dice en un libro posterior, que él ordenó recuperar la cárcel a sangre y fuego; no dice que mandó matar a la gente de Trelew. El embajador de Chile les comunicó el 21 a la tarde que el presidente Allende decidió darle asilo a los seis que habían logrado huir. Ahí mismo se reunió la Junta de Comandantes y a la madrugada del 22 fusilaron. Fue una resolución orgánica.
—Con conocimiento…
—Conocimiento y orden, no fue la locura del capitán Sosa.
—¿Qué contó a los jueces?
—Cómo fue la fuga, porque yo no estuve en Trelew, sino en el grupo grande que quedó en el penal de Rawson. Mi objetivo era demostrar al tribunal que las fugas son cosas muy organizadas y planificadas, con apoyo y acuerdo de afuera. Los organizadores de la fuga habían numerado a todos. Yo era el 26. Había un primer escalón de seis compañeros que eran los principales dirigentes, los que lograron fugarse. En la fuga cumplieron el papel inicial, reduciendo al oficial de guardia, un celador que colaboraba, y se hizo llamar al oficial de guardia. Cuando llega se le apunta con una pistola con silenciador y ahí se abren las puertas y, con ese hombre encañonado, discretamente se van abriendo puertas que nunca debieron abrirse en un penal que se consideraba de máxima seguridad. Es decir, la seguridad de ellos es que desde afuera no se podía llegar porque está en el medio de la nada. Entonces la materia gris que estaba encerrada, que eran todos dirigentes de la guerrilla metida en el pabellón cinco, pensaron la inversa: tomarlo desde adentro e irse en un avión de línea.
—¿Qué es lo que salió mal?
—Los que fallaron fueron los camiones. Los dirigentes nos decían que afuera algunos no estaban convencidos de que funcionara. Pero los dirigentes de mayor nivel eran los que estaban adentro, por eso los de afuera acataron. Lo que pasa es que hubo un tiroteo cuando se resiste un guardia en la garita de prevención; el guardia muere. Ahí estaba llegando el primer camión (que iba a llevar el grupo más grande al aeropuerto) que lo llevaba el compañero Jorge Lewinger de la FAR. Él dice que escuchó un tiro y vio en cierta ventana una señal que le pareció que había que abortar el plan. No había ninguna señal acordada en ese sentido, por lo tanto no pudo haber visto nada.
—¿Se iban a fugar 120?
—La fuga era para 120 porque estaba coordinada para tomar el avión de línea de Austral, pero cuatro ya estaban arriba para tomar la nave y 116 salían: los seis primeros iban al aeropuerto en autos, 19 en los remises que llamamos desde la cárcel y los demás no pudimos irnos, quedamos.
—¿Cómo fue esa negociación?
—Esto yo lo destaqué mucho ante los jueces, que el proyecto de la represión era tomar la cárcel a sangre y fuego, y eso hubiera causado una masacre mucho mayor porque iba a morir mucha gente, no sólo de nosotros sino también de ellos. Mientras negociaba no sé con quién, a través de una puertita que daba a las calderas, donde habíamos puesto una barricada. Yo les decía: estamos decididos a combatir, vamos a resistir, tenemos armas, tenemos rehenes, las sabemos usar pero no queremos hacerlo. Queremos rendirnos pero que ustedes nos den garantías. Primero pedimos que vengan jueces y periodistas. Nos dicen que no se podía porque ya había una zona de exclusión. Les decimos que tenemos radio, estamos escuchando todo lo que pasa. La negociación se repitió muchas veces porque cada vez llegaban más tropas, hasta que a las 7.30 el general Betti dio las garantías, dándole forma para conservar el principio de autoridad de un ultimátum: “Se informa a los extremistas que están en actitud de rebeldía y ocupando ilegalmente la cárcel de Rawson, que a las 8 se va a tomar la cárcel por asalto, pero que en caso de rendirse antes este comando garantiza su vida y su integridad física”. Entonces acordamos los detalles con los rehenes y la entrega de armas y a las 8.15 ellos entraron.
—¿Cómo siguió?
—Quedamos a celda pelada, castigados por 30 días. Todas las pertenencias se amontonaron en el medio del pabellón. En una de las salidas al baño, un compañero logró robarse una radio. Y así supimos la mañana del 22 de agosto que habían fusilado a los compañeros. Empezamos a insultar y a transmitir a los otros pabellones lo que pasaba, a los gritos. Entonces ellos se dieron cuenta de que teníamos una radio y vinieron con todo, requisas, narices rotas, costillas quebradas, y quemaron lo que estaba en medio del pabellón.
—Los militares siempre argumentaron que los 19 recapturados alojados en la base de Trelew murieron en un enfrentamiento tras intentar otra fuga.
—El tribunal me preguntó si conocía otras fugas de la época. Les dije que sí, les nombre varias, todas planificadas y organizadas con apoyo y acuerdo de afuera. Creo que la pregunta fue porque estos jueces no le creen la versión a la Marina, que es la que mantienen hoy los imputados, que Mariano Pujadas le arrebató la ametralladora al capitán Sosa.
—¿Es diferente tu apreciación sobre la muerte de la que tenías en aquel momento?
—Cuando uno es militante revolucionario la muerte la asume. Por lo menos en el caso de nuestra organización, el PRT, que después fundó el ERP, nunca se nos dijo “no va a pasar nada”, no? Vos querés ser revolucionario?, es una tarea sacrificada, no vas a ser más dueño de tu tiempo vas a ir a donde el partido te pida. Si caes preso te van a torturar, no tenés que hablar y podés morir. Hubo compañeros que dieron la vida, otros nuestra libertad, otros perdieron bienes, empleo. Después, cuando estás en acción, como en el caso de Trelew, uno no piensa en la muerte, piensa en vivir resistiendo. Y hoy, a mi edad, sé que la muerte no está muy lejos. A esta altura yo no tengo ningún problema con la muerte. Lo único que quisiera que cuando me toque no sea una enfermedad larga y dolorosa, castigando a mi familia. Que sea rápida.