“Yo creía que a mi hija la iban a juzgar”
La vicepresidenta de Abuelas declaró en la causa por el robo de bebés. Rosa Roinsinblit tiene casi 97 años. Ayer declaró en el Tribunal Oral Número 6 y relató el secuestro de su hija y la recuperación posterior de un nieto con quien perdió la relación cuando detuvieron a los apropiadores.
Rosa Roinsinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, testigo en la causa por apropiación de bebés. Imagen: Daniel DaboveDiario Página|12 - 31/05/2011
Por Alejandra Dandan
“Lo que no me imaginé nunca –explicó Rosa Roinsinblit ante el Tribunal Oral Número 6 que juzga el plan de apropiación ilegal de niños– es que el bebé iba a nacer en un campo de concentración, porque no hablábamos de desaparición en ese momento, sino de gente detenida. Yo pensaba que a mi hija la iban a juzgar, a condenar y yo esperaba, pero el apuro mío era que ella tenía que volver a casa para tener a su bebé. Pasó el tiempo y siguió pasando inexorablemente.”
Patricia tuvo a su hijo en la Escuela de Mecánica de la Armada. Estaba secuestrada en un campo de la Aeronáutica en Morón, pero la llevaron a parir a la ESMA. La atendió el represor Jorge Luis Magnacco. “Yo no sabía todo eso, pero un buen día dos abuelas que estaban en Ginebra me dijeron: ‘Rosa, hay señoras liberadas de la ESMA y que fueron testigos del parto de tu hija, tenés que hablar con ellas’.”
Rosa se contactó con Sara Osatinsky y Ana María Larralde, entre otras. Su nieto había nacido en el espacio llamado la Pequeña Sardá: “En ese momento me enteré de que en la Esma había una camilla o más bien una mesa de cocina y sobre esa mesa tuvo el parto mi hija, el 15 de noviembre de 1978, y una de ellas, como era enfermera, le puso el goteo para apurar las contracciones”.
Patricia le puso a su hijo Rodolfo Fernando y lo tuvo sobre su vientre hasta que le cortaron el cordón umbilical.
En la audiencia de ayer no estaba Magnacco ni otros represores. El fiscal Martín Niklison guió la primera parte de las preguntas. Cuando preguntaba por fechas o nombres, Rosa en ocasiones pedía un momento: “Han pasado muchos años y muchos nombres no van a acudir a mi memoria –dijo alguna vez–. Puedo darme el lujo de no recordar aunque todo el mundo dice que tengo mucha memoria.”
A Patricia la secuestraron el 6 de octubre de 1978. Era estudiante de medicina y militante de Montoneros con José Manuel. Ambos tenían una hija de 15 meses que estuvo secuestrada durante unas horas con sus padres, en un auto, mientras la patota buscaba lugar para dejarla. Mariana se crió con los abuelos y años más tarde sería la primera en identificar a su hermano.
Rosa era muy ingenua en ese momento, aseguró. Cuatro o cinco días después del secuestro, recibió una llamada de su hija. “Era una situación muy confusa, todo lo que me decían lo creía. Ella me dijo: ‘Me están atendiendo muy bien’; y yo le creía. Después deduje que la estarían encañonando con una pistola para que dijera eso.” Alguien le dijo que iban a liberarla. Y le advirtió que se quedara cerca del teléfono: cuando el niño naciera iban a volver a llamarla.
“Y me quedé cerca del teléfono esperando. Estuve esperando hasta que me di cuenta de que no era así. Y se fueron despertando cosas en mí que no conocía.”
“Dije tantas cosas, ya... –dijo Rosa Roinsinblit cuando el Tribunal le preguntó al final si todavía quería agregar algo–. Lo único que quisiera decir es que le pido a mi nieto que no me prive de la niñez de mis bisnietos, que no me haga lo que me hizo la dictadura con él, que yo no disfruté de su niñez, y que para una abuela es llevarlos a una plaza, a dar vueltas en la calesita, y no la vida que yo llevo con las Abuelas, dando testimonio por el mundo entero para que se conozca lo que pasó en la Argentina, porque lo que pasó no nos pasó solamente a nosotras, le pasó a toda la sociedad.”
Rosa había vuelto a uno de los nudos de su historia. La relación con su nieto Guillermo, recuperado e identificado en 2000, que tuvo un comienzo casi perfecto, un encuentro “idílico” pero que poco después quedó roto cuando la Justicia investigó y condenó a los apropiadores.
Rosa es vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Cumple 97 años en agosto. Ante el Tribunal Oral Federal 6 documentó la historia de Abuelas, el trabajo por encontrar el modo de identificar a los nietos, pero sobre todo habló del secuestro de su hija: Patricia Julia Roinsinblit, embarazada de ocho meses; de su yerno José Manuel Pérez Rojo y del nieto.
El encuentro
Cuando Rosa terminó de detallar centenares de trámites, datos, episodios y documentos, Niklison le preguntó qué sucedió con su nieto. “El tiempo pasa –le dijo Rosa– y pasa inexorablemente. Un día mi nieta, que trabajaba en Abuelas, recibió una llamada anónima donde le decían de un caso de un chico que había nacido en noviembre de 1978, donde intervino la aeronáutica. Enseguida se dio cuenta de que era nuestro caso.”
Aunque las Abuelas suelen hacer las búsquedas con discreción, su nieta, que era mucho más joven, salió corriendo a buscar a su hermano. “Agarró unos documentos y se fue al lugar donde trabajaba.” Cuando llegó, preguntó por Guillermo. Alguien lo llamó en voz alta. Y Guillermo apareció.
“A mí me parece que podemos ser hermanos”, le dijo ella. “El se rió, no quiso saber de nada, pero mi nieta fue muy convincente porque ese mismo día Guillermo estaba en la Casa de las Abuelas y pedía que le saquen sangre porque quería saber si esa chica era su hermana.”
Rosa estaba en Boston. Cuando confirmaron la identidad, suspendió la estadía. Compró un regalo a su nieta y un buzo blanco con un escorpión rojo para él. “Si la cosa camina bien –se dijo–, se lo doy; si no, paciencia.” Cuando llegó, lo vio en el estudio de un abogado. “Yo estaba sentada y entró él, un muchacho delgado, alto, de un metro ochenta, y le dije: ‘Bueno, yo soy tu abuela’. Y él me dijo: ‘¡Ya lo sé, Baba!’, porque mi nieta me llama Baba. Así que él ya sabía, así que así nomás, me abrazó, me besó y fue un encuentro idílico.”
Rosa habló del buzo. Que a él le encantó porque era de River. De cenas, de cumpleaños. “Son detalles, pero muestran lo bien que se desarrollaban las cosas, que cambiaron el día en que la Justicia citó a los apropiadores, los indagó, los procesó, los condenó y los metió en la cárcel. Ahí cambió todo: ellos cometieron un delito, fabricaron una falsa partida de nacimiento, presentándose como los padres, en fin... cosas que componen un delito. Pero eso no le gustó al chico y entonces empezó a repudiarme.”
Rosa tomó agua durante toda la declaración. Y en ese momento volvió a hacerlo. La apropiadora era Teodora Jofré y su marido Francisco Gómez. Ella era empleada doméstica de uno de los jefes de la aeronáutica, y él se convirtió en el jardinero que cuidaba el parque del centro clandestino donde estuvo Patricia.
“El repudio hacia mí era y no era –dijo Rosa–. Yo lo llamaba por teléfono y él me decía: ‘¿Para qué me llamás?’, pero no me cortaba. Y yo seguía insistiendo, seguía llamando.” Un día, Rosa le dijo algo distinto: “Decime, Guillermo, si esa señora a quien vos llamás mamá es mi hija”. Porque “él ya conocía todo, sabía la verdad y creo que hizo un click porque empezamos a vernos, no con mucha frecuencia pero nos veíamos”.
Guillermo se casó. Rosa fue al civil, pero no a la Iglesia: “Menos mal que no fui –dijo–, porque la madrina era la apropiadora.” Algo del vínculo con su nieto, sin embargo, siguió estando. La relación sigue prendida con “alfileres”, como dice Rosa, y ella no ve a sus bisnietos, como dijo una y otra vez. Sin embargo, Guillermo les puso a sus hijos el apellido de sus padres biológicos.